“Locura... frontera nunca demarcada ”
El capitán siempre dictaba las mismas
órdenes.
-Dobles aquí, dobles acá, si no flota
está mal hecho.
Las expediciones duraban alrededor de un
día o medio día dependiendo del turno que tuviese que cubrir la almiranta que
nos dejaba al encargo del capitán más diestro en las artes de la exploración y
la supervivencia en condiciones extremas de un ambiente controlado.
-Capitán tierra a la vista.
-¿Dónde?
-En mi ojo.
Mi hermano no dejaba de repetir los
chistes de Tin-Tan que había visto en la película que se acababa de estrenar.
-Ah, marinero de agua puerca, me
engañaste.
-¿No ha visto esa película capitán?
-No, lo haré en cuanto desembarquemos en
el puerto más lejano.
-¡Cuidado
Arturito! no te vayas a caer.
Yo había dibujado el barco y si estabas
afuera de la raya estabas a merced de los tiburones que también había dibujado.
-Cálmate Chivis, cualquier cosa hacemos
más grande el barco y matamos a unos tiburones borrándolos.
-Nada de borrar, marineros de lago de
Chapultepec, esté es un entrenamiento para cuando salgamos a altamar.
-Capitán, Capitán, escucho el canto de
una sirena.
-Perdonen chamacos ahoritita regreso,
practiquen los dobleces, aguas con los tiburones, las mal aguas y la
insolación.
La sirena que cura las heridas, me caía
mal desde una vez que salté por la borda y cayendo mal al mar de tierra se me
raspó la rodilla y ella me talló tan fuerte la herida como para que los zapatos brillosos de papá se vieran
opacos. Arturito tuvo una racha en la que fuera de juicio por su canto se
lastimaba constantemente hasta que le advirtieron que ya no lo iban a traer si
seguía así.
-Buenas tardes capitán cómo se siente
hoy.
-Algo mareado.
-¿Qué hizo para sentirse así?
-Yo nada, es usted que siempre canta muy
bonito. Nada más empieza y le juro que ya sé por dónde anda. Su voz se oye
desde que viene del pasillo ese donde está el raro que no habla y hasta el tipo
ese que se la pasa gritando se calla para escucharla. Así me entero de que
canciones andan afuera y de la hermosura que anda aquí dentro.
-Si usted nada más se hace guaje, verdad
capitán.
-No, cómo cree, si sí estoy loco.
-Usted es un cuentero.
-Estoy loco por usted… tiene mucha
personalidad.
-Usted es un marinero y los marineros en
cada puerto un amor.
-Újule, pero aquí no hay puertos… ni
porteros, cuando llegué nadie me ayudo con mi equipaje. Déjeme le digo que
hasta se me arrugó mi traje de capitán. Los capitanes un sólo barco y un sólo
amor.
Las risas de la enfermera seguían siendo
un canto, pero a mí no me salía mi barquito y a la fuente ya le quedaba poca
agua, si acaso para el último viaje.
-Capitán, permiso para hablar.
-Permiso concedido, ¿amarraron la nave?
No se nos vaya a ir como el otro día.
-Sí capitán.
Creo que algo le pasa a mi barco
-Ah, mira, es que está mal el mástil,
así cómo, si yo nunca les enseñé a hacer aviones.
Ya estaba listo, así que corrí hasta la
fuente con Arturito.
-¿Tiene hijos capitán?
-No, fíjese que lo he pensado y saldrían
bien bonitos con sus ojos.
-Ja ja ¿Qué contesta en los exámenes que
no le dejan salir?
-Hago planas con su nombre, Selene, Selene,
Selenita por todos los renglones de la hoja.
-Ya, en serio.
-Digamos que me metí con quien debía,
pero el deber no siempre nos deja bien parados.
-Voy a terminar la ronda, nos vemos al
ratito y nos echamos un cigarrito.
-Pero váyase cantando para que no se
acabé el encanto.
La sirena se fue entonando una canción
mientras que el Capitán regresaba acompañándola con silbidos simulando estar en
un barco o borracho.
-Reporte de la situación marineros.
-Tenemos hambre.
-No me digan eso.
El capitán era de las pocas personas que
podían estar en ese patio, habló con una de las compañeras de la almiranta para
informarle de la situación, momentos después llegó la Abuela.
-¿Cómo está capitán?
-Muy bien, muy bien Almiranta, aquí
reportando que los marineros tienen hambre.
-¿Y la enfermera?
-Cantando por el otro patio, hasta acá
se oye.
-Ja ja, no la vaya a meter en problemas
¿Me oye?
-Nunca en la vida, lo juro por la
quebrada de Acapulco, bello paraíso de sol y arena. ¿Ya se lleva a los
marineritos?
-Sí, ya acabó mi turno, nos vemos mañana
y se los encargo de nuevo si me hace el favor.
-Pero por supuesto, son los mejores
marinos que hayan navegado este patio de la Castañeda.
El ser los mejores en algo nos hacía
sentir orgullosos a mí y a mi hermano, no dejábamos de presumirle eso a mamá y
papá en casa. El capitán se despidió y nos entregó naves de reserva por la
tarde lluviosa que regalaba ríos para navegar en la calle.
Acabé la ronda y regresé al patio donde
seguía el capitán silbando en la llovizna la última canción que me había
escuchado cantar.
-Pensé que se me venía la noche y no más
no aparecía la luna.
-¿Qué hace ahí parado se va a enfermar?
-La lluvia me hace sentir que estoy
afuera, se siente muy distinta al agua de las regaderas que están adentro para
apaciguar a los furiosos.
Encendí mi cigarro y se lo puse en los
labios para que no lo mojase.
-Supongo ha de ser difícil estar aquí.
-Pues ni tanto, afuera o adentro la
gente está casi igual, lo que no me gusta es que tengo que caminar en círculos
y por ejemplo no puedo acompañarla a su casa, a pesar de que siempre que hay
luna, no le miento, si viera que sólo me sigue a mí.
-Qué bueno que anda aquí adentro si no
se la pasaría abordando naves.
-No, me la pasaría viendo la luna para
saber a dónde navegar.
Esta vez no sonreí porque los gritos del
pasillo me asustaron y salté a la lluvia para abrazar al capitán.
-Asústese más seguido. Sólo son gritos,
conozco gente que está peor y anda por la calle nada más que no anda gritando.
-¿Qué sabe de él?
-No mucho, nunca se le entiende lo que
grita. De por sí los colchones de aquí están inspirados en la canción de la
cama de piedra y ese que no deja dormir, pues menos le entiendo.
Me acompañó a la puerta por la que sólo
yo podía pasar y sacó una flor seca hecha de papel.
-¿Es una rosa? parece noche buena.
-Pues no está mal, cuando salga le
compro una.
-Mejor unos tulipanes.
-Ándale pues, váyase por la sombrita no
se me vaya a derretir.
Al día siguiente la marinerita me
preguntó por el capitán con todo y la molestia que me tenía, no le entendí bien
lo que quería decir y Arturito se trababa cuando me dirigía la palabra así que
hablé con la Almiranta.
-Fue a una revisión al hospital, tuvo
una riña con un paciente, no fue nada grave, regresa al ratito, no se preocupe.
No podía dudar de que no estaba loco y
de que era un magnifico actor, de regreso traía oculto en la ropa un tulipán
casi desecho.
-Marineritos.
-¿Qué le pasó capitán?
-El pirata pendenciero y gritón se las
vio negras.
Contó una historia dónde había más tiburones
y piratas que internos hasta que la almiranta los tenía que regresar a casa.
-Y eso no es ni la mitad de un cuarto de
la centésima parte de la historia marineritos, no se preocupen mañana les
vuelvo a contar lo de hoy para refrescar la memoria y lo que falta.
La señora y sus nietos se fueron dejando
barcos que ya habían aprendido a hacer para el Capitán.
-Está loco ¿por una mugrosa planta hizo
todo esto?
-No es una plata, es una flor como
usted, bueno no, usted si que está re chula, me iba a traer más pero luego cómo
las metía, ya sé que no está en las mejores condiciones pero ese no fue el
motivo de la riña. Ya sé porqué grita el pirata, está loco… loco como yo, él
tampoco debería de estar aquí, y eso lo está volviendo loco.
-¿Qué le pasó?
-Le quitaron todo lo que tenia, su
familia lo hace pasar por loco para quedarse con su dinero, su esposa enfermó
poco después y no sabe nada más de ella.
-Por lo que me cuenta parece que se
tomaron un café de olla.
-Fue antes de que me fuera a dormir a la
sala común. Lo vi de frente, callado; empecé a silbar las canciones que luego
usted anda cantando, ya ve que soy un pan de Dios entonces a mí todos me adoran
y me dan más libertades que a los demás, él intentaba escaparse en ese momento.
Pensó que estaba chiflándole a los guardias para que lo atraparan. Me tiró al
suelo cuando llegó uno de los guardias lo sometió con ayuda de otros dos y me
llevaron al hospital mientras me contaron la historia.
-Pero no le pasó nada verdad.
-Pues es que aquí no hay tulipanes y
quería tomar el fresco. Si hubiese sabido por donde vive no hubiese dudado en
llevarle serenata Srta. Selenita.
-No le haga, hubiera creído que estaba
en un sueño o loca.
-¿Cómo sabe que no es así?
-No me gusta pensar mucho en esas cosas
cuando estoy aquí.
-No porque no vea las cosas significa
que no existen y no porque vea las cosas significa que son.
-Ya me voy, usted nada más me anda
coqueteando y confundiendo.
-Tenga cuidado con él, la verdad en
ocasiones nos hace libres de conciencia al no poder entender qué le ha pasado a
la justicia.
-También había pensado en eso.
-No se le olvide pensar en mí
-Siempre pienso en usted.
-¿Cuándo?
-Cuando canto, ya me voy a terminar mi
ronda si no para qué quiere.
La historia del capitán termino días
después, por todo lo que dijo habían dejado al pirata peor que chancla vieja.
No sabía que el capitán fuera un magnifico espadachín, karateca y boxeador, me
sentí mal por el pobre pirata, ahora que le habían dado su escarmiento también
podíamos darle una oportunidad como la abuela o mamá siempre nos la daban a mí
y a mis hermanos.
A mi hermano no le gustó la idea, decía
–Los piratas son feos, apestosos y malos, no se les puede dar oportunidades-.
Yo no dejaba de soñar en los miles de parches y yesos que tenía el pobrecito
pirata y la tortura que sentía cuando le daba comezón y no podía rascarse.
-“En el amor siempre hay algo de locura
y en la locura siempre hay algo de razón.”
-A usted no se le va una verdad, ¿de
dónde saco eso?
-Sólo cuando hay eclipses o está la
noche nublada. No me acuerdo, creo que de una caja de cerillos.
-¿Qué le dijo a los marineritos que
están bien entretenidos?
-Les di el mapa de un tesoro. Nadie nos
está cuidando, no quiere sacar a su subconsciente que roba besos.
-Ya le dije que no fue premeditado yo
nada más me iba a despedir y pues se me fueron los labios sin querer.
-Ah ¿no quería?
-No, sí, pero, ay… cómo me cae mal
cuando me ve así.
-¿Cómo?
-Como si no importara nada más y me va
convenciendo poquito a poquito.
Nos costó mucho trabajo pero encontramos
las galletas del tesoro. También nos costó trabajo que nos hiciera caso el
capitán por la sirena enfermera que ya ni se iba a sus rondas. Nos felicitó por
nuestra gran habilidad en la búsqueda de tesoros y se despidió de nosotros
mencionando que la próxima vez nos enseñaría a pescar en la fuente aunque no
tuviera peces -el chiste es agarrarle el modo y ya pa´ pronto es luego tendríamos para hacer un buen
caldo de pescado con epazotito-
Estábamos por salir cuando le jalé
suavemente una trenza a la abuela para decirle que me dejara ir al baño antes
de irnos, su cabello largo y negro estaba debajo de la cintura y era tan suave
como ir de su mano.
Fui a la cárcel del pirata para
compartir el tesoro, no porque fuese malo no lo podíamos dar otra oportunidad.
Ya no era gritón como antes, se había calmado, así que fue difícil encontrarlo.
Había olores terribles de hospital, vi en uno de los patios a personas sin ropa
gritando, parecidos al pirata, pero ellos me daban el miedo suficiente para no
acercármeles. Niños y niñas de mi edad sin barcos ni capitanes, sirenas cómo la
enfermera pero con batas raídas y mirada perdida, almirantas ya sin cargo
hablando solas, una guardería enorme.
Recordaba que por uno de estos cuartos
salían los gritos. Abrí la puerta, me vio y le extendí una galleta.
Ya se me había hecho tarde de nuevo para
la ronda, está vez era seguro que me iba a regañar, apresurada corrí por el
pasillo para encontrar a la niña que estaba abriendo la puerta del interno en
vísperas de la locura.
Las galletas cayeron al suelo, la niña
llegó del empujón a las regaderas pegadas a la pared, la cubrí sin esperar que
se le ocurriera algo más al interno que escapar, pero no fue así.
El silencio del hombre que se la pasaba
gritando era síntoma de que algo dentro de él por fin pertenecía a ese lugar.
Me tomó a mí y a la niña en un abrazo que seguramente fracturó los huesos de la
niña que estaba inconsciente. Me faltaba el aire para gritar, para pensar, para
que algo me doliera, cuando sea un pez nunca morderé el anzuelo.
La almiranta se colgó del pirata que nos
soltó para caer duramente en el suelo suave cuando te falta la respiración. La
tomó de las trenzas y comenzó a
ahorcarla, chocaron por el pasillo hasta que uno de los tubos se rompió y
comenzó a llover fríamente.
La niña abrió los ojos pero no hablaba,
no sufría, lloraba, lloraba todo el pasillo. El capitán lo golpeó sacándole el
primer grito, pero había más gritos a lo lejos, por el eco sonaba a un brote en
alguno de los otros patios.
El capitán nos metió al cuarto y cerró
la puerta, la señora tenía en brazos a la niña, yo oía pero no había sonido más
que el del agua cayendo, acallando. Este era un sueño de esos malos, encerrada
veía las paredes preguntándome cuando iba a salir y que no quería salir nunca,
no me gustaba el color, el tiempo era igual, lluvioso, hacía frio pero no me
gustaba mi ropa, me sentía protegida y condenada, recordaba cosas, inventaba
cosas, decía cosas, escuchaba cosas, quería desmallarme y no podía, intenté
despertarme y no sabía si lo había logrado.
Extrañaba al capitán, quería al capitán,
si quise besarlo, pero está loco, loco por mí, me gusta como sonríe, me gusta
su voz, nuestros silencios, su coqueteo, qué habrá hecho, es una buena persona,
no sé si lo quiera mañana, quiero que toque la puerta y entre con un ramo de
tulipanes. Odio el sol, la cajeta, decepcionar, los tacones, que me ignoren,
que me rompan las ilusiones, no encajar, enamorarme, la luz blanca, el olor a
hospital, la sangre. Me arrullé, me tiré al suelo, comencé a cantar.
Por debajo de la puerta ya no pasaban
sonidos, sólo el charco rojizo de la antes lluvia rodeándome. Me levanté tomé
una de las sabanas y tapé la entrada, ya nada podía entrar… ya no podía salir.
Desperté en el hospital, mi hermano me
había firmado el yeso, la abuela con el pelo corto a mi lado dormitando, estaba
a salvo. Dormí de nuevo queriendo soñar con el capitán y la aventura que me
contaría.
-¿Puedo ir a ver al capitán para que me
cuente qué pasó? Yo después le cuento a
Chivis cuando despierte.
-El capitán se fue de viaje a otro patio
al que no puedes entrar Turín.
-O con la enfermera.
-Ya no es enfermera.
-Pero sigue ahí, ándale Abue, ya no hay
piratas.
-Siempre hay piratas por doquier.
G.B.A.