sábado, 28 de abril de 2012

Casi desconocida


Sabes leer el pensamiento
así que te doy mi mano
para que con tus mancias   
en la estreches del tumulto de líneas mutuas
adivines
el sentir
Ahora
Inútil el saber
Caduco tu talento
La noche se ha acortado.

"Cautela"


“A far affair”
Nada tibia, repulsión claudicada, ausencia de sonidos, aunque jamás ese silencio que aun cuelga de mis oídos.
Descartando el ímpetu de recordar exhaustivamente el después, me acomodo y arreglo las palabras para mirar a ojos de la nada mientras pronuncio en orden alfabético las huestes de cautividad.
Son los labios de todas y ninguna, su lengua es una mala fumada que provoca toser, es mejor seguir hablando al vacio.
Mi mano en el hueco de la nada, brotan gemidos de ningún lugar, la disposición refiere imaginar algo, alguien silenciosa a cambio de esos jadeos inoportunos.
Sin ver nada en frente cierro los ojos, me concentro y dimito de la realidad, siempre es mejor el sueño, señuelo, anzuelo de pasiones próximas a cambio del cansancio o la idea presente, persistente y prolongada.
Abro los ojos, aun nada, ni sueño, ni realidad, nada tibia, sopa con nata, ni con hambre o coraje uno tolera ni logra tragarse esa causa indistinta.
Labor de convencimiento para con nada y dejar todo en paz, cómo se dialoga con nadie… uno se hace el dormido.
La nada vestida de olvido, desconozco su temperatura y pretensión
–Buenos días, nos vemos jamás-
Pongo cerrojo a la puerta,  rienda suelta al abandono, me duele el costado donde durmió, la nada pesa como omisión.
Duermo, espero recordar algo al despertar de nuevo, si la nada viola la puerta, la acuso con Morfeo.
Llega la luna muda, a tientas, con tinte rojo, contenta, tentadora,  a tinieblas, a rayo claro. Le abro los ojos, la invito a pasar. Uno debe andar con cautela de una mujer que agradan hasta sus silencios y hace que nada se vuelque en todo. 


G.B.A.

viernes, 27 de abril de 2012

R.I.P.


Cuando te hablo
Salgo al ruedo apurado
Lento en reflejo
Invisiblemente apartado
con tu falda ondeando
arremeto contra ti 
Pasa el primer silencio
 Se entierra en la carne
pausas la muerte súbita
para responder sin cobrarme las caricias
y en el ruedo queda el corazón
en plena calma
por fin detenido


G.B.A.

Lujo


Desde donde se comercia la indiferencia
Hay campos abandonados
Llenos
De marchitas flores de no me olvides
De ahí proviene el comentario
Para
luces
-a lo lejos-
Sordas
Nociones
De ti

G.B.A.

“Trato”


Por la forma en que fumaba, la muerte estaba cerca. Lo esperé hasta que se acomodasen él y el silencio, entré como si habitásemos la misma idea.
-Sabe por qué estoy aquí.
-Lo supongo, ya era demasiada suerte.
La lluvia y su peste a esa hierba quemada, amarga y seca con humedad incomodaban a cualquier ser vivo a la redonda. Yo también fumo, casi de esa manera.
-¿Puedo fumar?
-Claro.
La lluvia era de caminata tranquila, me asomé por la ventana, no hacía frio, cerré las gruesas cortinas. Él no dejaba de temblar hasta que se quitó el sombrero, tomó un cigarro y cambió esa imagen de perro callejero mojado con hipotermia por la del hombre encargado.
-Quedan tres cigarros.
-Eso no será problema, le van a durar toda la vida.
Puse el revólver en la mesa y le acerqué una llama. Mi mano se agitó un poco al ver lo apresurado que se aproximó por el fuego teniéndome en la mira, sopló en mis manos, con un rostro blanquecino, levemente rojos los labios,  sin despegar la mirada se echó hacia atrás aventando curvas grises que lo adornaban con la fresa en el centro de la penumbra.
-¿Tú no fumas? Un buen cigarro calma los nervios, son indispensables en la noche y en los labios de mujer.
-Ya no traigo.
-Toma uno, ni siquiera son míos, 100 milímetros más cerca de la otra vida.
Levantó una ceja mientras jugaba con el cigarro entre los dedos. Dio una buena fumada y la sacó con destreza y rapidez por la nariz dejándose ver sólo ojos entre los gris, amarillo y opaco de la luz del cuarto.   
-Prefiero mi 9 milímetros que está más cerca.
Consiguió ganarme la primera carcajada en la mirada fija, era uno de esos tipos que siempre tienen la palabra necesaria entre la boca, y lo engalanan como cigarro fino al filo del silencio o gesto premeditado.
-Un cigarro no se le niega a nadie, ni un soborno.
Me retaba, el moribundo me retaba. Le señalé con el arma la cajetilla, un vuelo de sus manos a mi cercanía, saqué un cigarro y comenzó a escucharse la piedra del encendedor una, otra y otra vez, sin resultado. Realmente quería fumarme ese desgraciado cigarro.
-Esa es mala suerte.
Me hizo reír, hasta que un trueno silenció a la ciudad, unos segundos de luz blanca en todo el cuarto. Viví la infancia por un momento con esa misma luz que te hace tirar lo que traes en las manos y buscar refugio más cercano con todos los sentidos al pendiente.
Las pisadas cercanas sobre hojas secas, el puntillo rojo bailando en el mismo lugar. Seguía fumando, mis esfuerzos fallidos no lograron ver su rostro al acabarse los milímetros ¿seguía fumando?
De tanto forzar la vista, ahora desconocía el paradero de la fresa, podía verla, realmente la veía pero sólo con una fe de moribundo.
-Eso sí que es mala educación… olvidaste sacar un cenicero.
No era su voz a mi izquierda, pero sí el “Click” del revólver a la derecha de mi cien, la luz regresó delante de mi cigarro.
Agua celeste y negra cayó en mi mejilla, rímel, acompañado de unos dedos delicados bien alumbrados, uñas granas brillosas, cinco cigarros prendidos al mismo tiempo, hasta que se encendió el mío y desaparecieron.
-¿Sabes por qué estás aquí?
Era la voz del hombre, la mujer se encontraba en las sombras esperando respuesta.
-Por una mala elección.
-¿Qué tan mala?
Quise inhalar humo para meditar la pregunta, pero una brizna y la fresa corriendo entre otras en la oscuridad me distrajeron.
-Condenable.
Regresaba ágilmente la luz roja, flotando sobre la mesa, intenté agarrar su mano pero atrapé un cenicero con carmín en el filtro.
-¿Qué le ordenaron?
-Siga al hombre del sombrero y la peste a tabaco,  gánele al cáncer… recuperará lo suyo.
-Yo soy el del sombrero, pero las fragancias tan robustas no me gustan, fumo lo normal, ella no.
-Eso no lo quita su condición de fumador.
Tiré la ceniza esperando saber más de ella en la oscuridad, poco importa la vida con un cigarro en la boca y una mujer en mente.
-Mire amigo, puedo decirle amigo ¿no?
-No lo creo, aunque gracias por el detalle.
Apagué el cigarro con la última fumada, el hilillo tibio de humo protagonizaba la charla.
-Usted está en problemas. No es bueno para estos menesteres, sino, ya estaría saldada su deuda. Le agradezco su ineptitud y que esto se tornase tan novelesco, pero yo no puedo hacer nada ya que se fumó uno de sus cigarros, a mí a duras penas me perdona, la verdad, no sé qué es lo que le sucederá a usted. Yo mientras voy a busca reponer mi falta.
-Te compré una caja antes de llegar, pero no había dorados.
Sonó amablemente la voz de la mujer de toda la oscuridad, mientras que el hombre acudía a la habitación contigua.
-Entonces no los quiero.
-Ya lo ve amigo, es tan linda como el infierno.
El hombre abrió la puerta, la luz del cuarto me permitió ver la silueta de su figura, curvas de humo que se apagaron al regresar la puerta a su antigua posición.
-¿Podrías darme mi cajetilla?
-Es que no la veo.
-Demasiada suerte de la buena y la mala eso de que se fuera la luz ¿no?
-Eso depende.
Comenzó a sonar la piedra hasta encender.
-Hey, eso no es algo muy listo nene, ya me debes 3.
Encendió la luz, sus ojos eterna neblina, grises, fijos, humo estático. Con la imagen tan fuerte que brindaba en esa tela negra justa al blanco de su carne se olvidaba el olor penetrante del cigarro.
Saqué una cajetilla llena de esos cigarros del bolsillo y comencé a bajarlos con golpes graves de alarma, el hombre regresaba del cuarto.
-Amigo, usted es un mentiroso suertudo, pero no lo voy a esperar todos esos cigarros. Pudo irse con unos billetes pero ahora se quedara con una en la cabeza… quiere escuchar algo curioso, en realidad ella no mata, sino que mueres o matas por ella.
Sacó un arma de su abrigo, tomé el revólver que seguía en la mesa.
-Lo sé.
Bang.
-Siempre te los buscas iguales.
-Me gustó la forma en que fumaba.
-Sólo fue un maldito cigarro ¿Ya me perdonas?
-Sí…

G.B.A.

“La muerte del estado sólido”


“Hay una distancia y movimiento inmensurables rumbo a la
Nada si no se supone a Dios en la rotunda ecuación.”
I
Arturo, excelente físico teórico, era bien reconocido por la crema y nata de varias cantinas con promociones asintóticas en su acabose del sur de la ciudad de México, en cambio era rara vez mencionado  por la sociedad de Física, si acaso por ser la equiparación de Feyman restándole la genialidad y únicamente dejando su calidad de alcohólico ocioso. Arturo testificaba que esa sociedad de física era inexistente, no porque fuese una conspiración paranoica o una elite secreta de intelectuales -En este pinche país que va a andar existiendo eso de sociedad y eso de Física- esas sus palabras para cualquier ofensa llegada a saber y vociferada en la tertulia en turno que tras su afirmación el fenómeno Doppler se hacía lugar locales y casas a la redonda del epicentro etílico.
Doctor en rayuela, billar y carambola cuando llevaba menos de 3.333333333 tragos invitaba las respectivas bebidas con esa beca auspiciada por los novatos, ineptos, ausentes a clases de física y de más borrachines necios; afirmaba que esos eran los juegos preferidos de un tal Euclides amigo suyo. Soportaba bien varios licores nombrándolos aditivos a cada uno de los grados de la alteración de conciencia, al momento de la charla cuántica, era pronta la ocasión en la cual saltaba de tema en tema sorprendiendo a los asistentes del curso siempre y cuando no se le moviera el piso referencial privilegiado y se dispusiera a maldecir a Newton -Ese cabrón no inventó la gravedad pero le puso nombre, ahora se chinga- .
Cuando era rebasada la barrera de “< 7” whiskys se refugiaba a la mesa lejana para no alterar tan gacho el sistema y  ver el entorno que describía en formulas, rayones imposibles de interpretar a la mañana siguiente. Fue en uno de sus experimentos controlados cuando alcance a advertir que no había un plano cartesiano, ni formulas, ni números, había palabras y el nombre de una mujer.
-Ya he calculado la probabilidad de que regrese conmigo-
-¿Es mala?-
- Es de -0.66666666583345568955666666-
-Pues algo es algo-
-Es una probabilidad negativa, lo que indica que dicho fenómeno jamás tendrá lugar, a menos que tomemos en cuenta el multiverso-
La hora del multiverso era la peor de todos los multiversos, comenzaba a pedir un fotón para llegar a casa más rápido, o que en alguna de sus caídas había provocado un terremoto en Taiwán. Una de sus peores desvaríos fue correr por el bar al parecer sucio de tiempo.
Se dio la singularidad fenoménica por lo que no sabía lo qué acaecería, levantó la cabeza, se percato de los puntos de atracción masculina y fijó las coordenadas de las mujeres en el bar, tambaleándose vectorialmente colisionaba mientras vociferaba –Arquímedes decía: “Denme un punto de apoyo y moveré el universo”, “A mí denme más whiskey y se me moverá el universo”-
Yo próximo a él como antipartícula me cercioré de que no figuraran proyectiles en su trayectoria, un movimiento brusco y tomó lugar en la barra pidiendo un trago más.
-A esta cosa hay que aplicarle el giro copernicano para que no sepa a caldo-
Revolvía con el dedo el coctel que llevaba por nombre teoría de la relatividad especial, apelado así por el mismo, tenía otros más como antimateria, cuark extraño y viaje arriba de un taquión por la vía láctea, sus ingredientes me eran desconocidos y éste último coctel me parecía atemorizante.
- Tómate uno conmigo-
Terminando de beber el líquido de apariencia radioactiva todo me comenzó a parecerme relativo, ahora estaba develado el porqué de su nombre.
Se puso a hacer una supuesta integral para conocer el verdadero precio de la cuenta, pagué ante su escases económica cuando él asistió al baño hablando algo de econofísica. Esperándolo me percaté de una mujer que siendo atractiva no era custodiada por los hombres, tomó el último pedazo de la etiqueta de la cerveza para formar lo que parecía un triangulo de bolitas de papel.
Arturo surgió ex nilo debajo de la mesa, rompió un cacho de servilleta y finalizo el triangulo, charló con ella y  lo esperé hasta que pidió las llaves de mi casa.
 -Esto es contra natura, es ingeniera y no es fea, bueno, pero los ingenieros son los chachos de la ciencia claro está. Me parece maravilloso meter un saco de semillas a una caja y que salgan palomitas pero reducir todo el conocimiento científico a eso es una chingadera, no obstante  esa alegoría pitagórica conmueve hasta un matemático puro porque…-
Se fue hablando hasta llegar a la puerta, le gritó “Eureka” y se fueron, yo me quedé haciendo tiempo para dejar a Arturo con sus prácticas de campo.
Llegué a casa ya desayunado imaginando que había pasado salido el sol desde hace 4 minutos antes de que lo viese salir, escuché gritos al introducir la llave de repuesto. Un portazo y dos locos corriendo hacia las escaleras aventando cosas y teoremas me sorprendieron, los vi marchar de la mano desde mis ventanas rayadas, las paredes tampoco se salvaron de ser pizarras hipotéticas.
Abril se cambio en junio junto con Arturo a mí departamento, se volvieron mis inquilinos y caseros ya que yo me cambié al departamento de Arturo que por su posición cercana a mí trabajo me permitía descansar por más tiempo además de que mi departamento con mayor espacio y número de ventanas posibilitaba que pudieran explayarse a sus anchas, largas, profundas y temporales ganas.
Ante esa eclíptica asimilación para cualquier astrofísico no había solución alguna ya que se carecía del problema exceptuando una que otra discusión en materia del aseo del lugar. Papeles tirados como un otoño matemático, rayones sobre rayones que se iban despidiendo con limpia vidrios, a excepción de una aberración matemática que expresaba  1+1= 1 que desquiciaba y enamoraba a Abril y los meses precedentes de Arturo.
Me llenaba de alegría visitarlos percatándome de que la tensión superficial era una ley que se le podía aplicar a los líquidos y a la gente, ya que al ver sus aspiraciones me conmovía su pretensión ante el mundo, querer conocerlo y querer conocerse ya que no se encontraban exentos de ese mundo en el cual descubrieron la teoría y praxis del campo unificado.
Uno determinista y otro relativista dependiendo de la acción cuando surgían sugerentemente, urgentes los reproches cariñosos en su lenguaje privado.
-Nuestros átomos nunca se tocan, nunca nos tocamos.
-Pero siempre nos atraemos y no me refiero sólo a la masa.
-Siendo así me largo con el astro más cercano, enorme y seductor.
-Hay una fuerza, que no es ficticia y te impide salir tangencialmente hacia cualquier otro cuerpo que no sea el mío.
-Yo también te amo.
Yo presente con tales frases no puede más que sonreír y después volver a consultar mis apuntes del bachillerato e internet.
Lo extrañaba cuando veía hacer berrinches a los borrachines o cuando caían al suelo por el mugroso Newton. En ese mismo bar conocí a una mujer que después les fue presentada para su meticuloso análisis.
Nunca les cayó bien, decían que era poca cosa para mí, se alegraron cuando pronuncié estas palabras.
-Me siento vectorialmente dirigido hacia la tristeza sin embargo hay un campo magnético de desconocida naturaleza que me impide sentirme así, me siento hueco, con un agujero negro en el corazón.
Arturo me dio una cerveza Abril me regaló un cigarro. Después el amigo Físico pronunció algo que jamás olvidaré.
-Los que trabajan en teoría de cuerdas son unas riatas.
Todos comenzamos a reír.
-Sabías que no es lo mismo un agujero de gusano que un gusano en tu agujero.
Era uno de ellos, se entristecían con mi tristeza y se regocijaban conmigo de igual manera, entre Abril y yo sentía una relación amistosa reparando en la hermandad, Arturo y yo pronto seríamos colegas, gracias a él decidí estudiar Física.
La tertulia constante era pesada y eso que no tenía masa, tenía que trabajar, estudiar mientras resolvía los acertijos que Arturo y Abril me dejaban constantemente.
Un día llegué con una mujer que ostentaba un nombre que jamás olvidare, Alberta. Arturo y Abril me dijeron que era un determinista de closet y buscaba en todo la impronta de Einstein, que si sabía bien de los chismes entre físicos me buscaría a una tal “Poincaré” francesa. Yo sólo pude responder que todos éramos de igual manera deterministas de closet al querer saber cómo es que piensa el viejo.
Dejé de frecuentarla a pesar de que me caía bien, no podía mantenerme tranquilo ante tal ejemplo que me brindaban la ingeniera y el físico, no era cuestión de conversación de fórmulas, trato docto y curioso, sino, realmente estaban juntos todo el tiempo, uno en la mente del otro.
II
Descubrimos el cáncer en Abril, no supimos que hacer al respecto. Yo calculando probabilidades, maldiciendo al doctor. Abril no podía pensar, Arturo paciente, tal vez demasiado para el momento.
-¡Ese puto doctor no es humano!
 Sí señor, hay un crecimiento anormal en este grupo de células, usted tiene cáncer, no es que quisiera un mentado”Me apena mucho su caso” eso ni los psicólogos que están en el inframundo de las ciencias se atreverían a decirlo, sabe que no le apena mucho, sabe que sólo dijo la verdad y ese es su trabajo. Qué porquería de trabajo el dejar la verdad desprovista de sentido, abyecta como dato suelto que no sirve de nada.
Abril abrazaba a Arturo en silencio, ese mes fue demasiado silencioso, a pesar de mis esfuerzos nos alejamos un tanto cada quien sufriendo relativamente, no, repito, determinadamente.
Abril estuvo buscando respuestas por todos lados, tanto así que fue invitada a dar una conferencia con biólogos y doctores en fechas futuras con lo referente al cáncer. Arturo jugaba Go solitario en la casa, parecía estar más preocupado por Abril que por él mismo, yo lo visitaba, pero en cuanto llegaba Abril no podía sentirme a gusto quitándoles el tiempo en apariencia contado.
Necesitaba hablar con Abril, rara vez la encontraba en casa y Arturo, se la pasaba recostado todo el día si es que no llegaba yo a dejarle uno que otro acertijo que ya comenzaba a tardar en resolver.
Cuando llegaba a ver a Abril me hacía hincapié en que lo alteraba para su condición, que dejara de exponerlo a más estrés. Comencé a dejar de frecuentar a Arturo y fui a ver a Abril el día de su ponencia, en el camino noté que había ocurrido un accidente por mi ex casa por lo que no me sorprendió que llegase tarde o no asistiera.
De cualquier manera esa noche llamé a Abril sin resultados, temí por Arturo, así que hablé a casa para saber cómo se encontraban. Nadie contesto, de inmediato pregunté por Arturo en el hospital y nadie me dio razón de su paradero, a no ser que fuese uno de los visitantes.
Hablé de nuevo a casa, hice una última llamada cuando subía las escaleras, llamé a la puerta que tampoco consiguió respuesta. Fui de cualquier manera al hospital hablando al celular de Abril ya que Arturo decía que no tendría uno ya que nada era tan urgente, ni un Nobel. Busqué por todos lados hasta llegar a la capilla donde me había mencionado que estaba el visitante.
-Hay una ruptura en el tejido espaciotemporal.
Arturo con los labios tan apretados que hubiese sido imposible realizar sonido alguno, estaba resolviendo un problema de colisiones, no era una colisión no elástica u otra cosa de mayor  dificultad, casi sentido común.
Objeto A es colisionado por objeto B por lo que el objeto B de mayor masa y peso ejerce una fuerza proporcional correspondiente a su peso y la velocidad a la que viajaba sobre el objeto A que absorbe el impacto.
 -Lo entiendo, pero no puedo resolverlo. No, no lo entiendo.
-Objeto A es expulsado por la fuerza resultante de la colisión.
-Objeto A no es un objeto, es un sujeto, es Abril, fue Abril. La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma, lo único que vemos son cambios de fase y el tiempo es una ilusión, pura mierda...
Abril fue atropellada camino a la ponencia, muerte cerebral de facto, no sé qué es lo que dijo el doctor. Arturo y yo no queríamos desconectarla pero un infarto decidió por nosotros.
Cuidé a Arturo que murió poco después, no borré de casa el 1+1=1. Todo tiende al desorden de forma natural pasado el tiempo, esa anti naturalidad que guardaban, ese orden en la conciencia y en su pasión, supongo es atemporal, eterno en la mente de Dios.

G.B.A.

Hechos paz


Ven
Recurre a mi ausencia
Hagamos las paces
Que parezca otra cosa
Estrecha
Viviente
Bien amarrada
Sujeta
Predicable
Mirada fija
Al botón que no abrió
-Cierre que falleció-
Agrio fruto
Entre tus piernas
Todas la prendas en el viento

G.B.A.

Stand by


 Extraña
a dónde vas,
te pareces a unos gestos que podías hacer
Ya no corres, andas en dos patas,
toces las calles imaginarias
¿Qué atoras en los ojos inmóviles?
¿Cómo pasa el tiempo para ti?
¿A tragos difíciles?
¿A ladridos apagados?
colapsando sin ansia
  muerte de cansancio natural
Aun te tiras al sol,
y la luz
tira de ti
al horizonte
Hola adiós, hola adiós...
-cada día-
continuación del respiro con casi final
pidiendo las postreras caricias nocturnas
y el ojo ya abierto todo el tiempo
para recordar hasta el último instante.

G.B.A.

“Nota sin suicida”


“Soñando en un sueño sin poner atención” Poe
“El que la vida sea eterna no resuelve ninguna pregunta” Wittgenstein
“El suicida elige dejar de elegir, en efecto es una elección
aunque a mi parecer,  la peor para ser la última”

Traigo este pedazo de papel que me recuerda el inaplazable limbo en el que me encuentro desde una vez que me encontré conmigo mismo, entre otras que no logro recordar.
“Existiendo y vagando, vagamente existiendo, un final que no acaba por convencerme, a menos que…nada claramente“
La idea de la nada es desesperante, igual de insoportable que la de lo mismo, la muerte me ha llegado en diversas ocasiones accidentales, otras tantas veces la he encontrado  por mi cuenta, con ese mismo final de continuar pendiente.
Estoy a las afueras del palacio de bellas artes, refugiado, esperando a que pase la lluvia, dejando que se moje la nota que ya tengo empapada en la memoria, a lado un señor de unos 60 años, empedernido fumador contempla la lluvia.
Fue el pequeño concierto silbado de una melodía local, el olor a esos cigarros y la forma en la que veía la lluvia -como si fuese de monte verde- lo que me hizo percatarme de la compañía de mi hermano. Sigue fumando aun cuando lo descubrí desde los 13 y le dije que no lo hiciera, yo era el mayor, tenía que dar un buen ejemplo, siendo sincero, en ese momento yo era otra persona, así que le pedí fuego.
No cruzamos ni las miradas, sólo encendió una cerilla, la acercó a mi cigarro, después la lluvia cesó lo suficiente para que sin despedirse del pedinche comenzara su camino, yo me quedé un rato  pensado en lo que podía saber de él con esa simple observación e intentando recordar más de nosotros.
La memoria es el espejo retrovisor que ahuyenta la sorpresa, sin embargo dada mi condición desconocida e inexplicable más que por patologías, debo aceptar que tengo miopía para eso de los recuerdos que están más cercanos de lo que aparentan.
Camino al metro en el tianguis de mil y un cosas innecesarias, me detuve al encuentro de un yo-yo de esos que encienden de manera deslumbrante a los ojos y manos de los niños que no esperando toda el día para la noche se gastan las pilas dejando un artefacto que es superado por el yo-yo más simple. Ese fue un regalo de día de reyes, me duró poco el gusto, ya que si no mal recuerdo se rompió el cordón del juguete que fue a dar a una alcantarilla, desesperado por el juguete y por los futuros regaños, corrí tras él, un camión también traía prisa.
La experiencia de ese dolor culminante salta, evade, busca escondrijo, huye, no me ha dejado siquiera imaginarla, es una pauta predecible como terrible y siempre dista de su interpretación.
No sé qué es lo que se siente morir, sólo conozco lo que es vivir varias veces, en repetidas cosas, situaciones distintas, sin mención honorifica, a cambio, un dolor latente, de sienes pulsantes, molestia desahuciada sin fecha de expiración.
Paseando por los andenes aparece la sensación vívida de la ocasión en la que me topé conmigo mismo, no es raro el día que pasa entre recuerdos que se van creando o que voy rescatando de las garras de mi dadiva divina o aflicción maldita pero hoy ya son varios dejando a un lado que todavía le resta espacio a la noche.
No pensaba en nada cuando salté a las vías, aun me sentaba mal esa confusión. Ahora no me sienta bien, pero he logrado acomodarme en las butacas que me han tocado.
Las luces, esos ases hicieron, formularon el último recuerdo, había dejado la nota pegada en esos comunicados para los viajantes del subterráneo, no necesitaba poner mis nombres que hubiesen podido ser tantos como para no caber en la hoja.
Yo iba leyendo el  periódico, esperando el metro que ya había tardado de por sí y ahora más con la mirada de ese hombre que me dejó pensando al saltar. En esos momentos uno sólo voltea a cualquier otro lugar desprovisto de ese color rojo, si uno es morboso, corre a saciarse hasta que lo alejan las autoridades y aun se queda con hambre de hombre destazado a las vías.
El conductor del tranvía no se lo tomó a pecho, no sintió a alguien empeñado en entorpecer su trabajo, parecía recordar de igual manera su primer suicida, pero sin molestia, sorpresa o tristeza mal aparentada.
Sacan una bolsa negra, no podría adivinarse que hay algo humano ahí, sólo retazos que figuran una bolsa de basura, es un puzle anatómico que se realiza por los empleados de la morgue si es que el cuerpo es requerido.
Tenía que salir a respirar, ese olor a hierro, que hace doler las mandíbulas y pasar saliva hasta el hartazgo me guió al bote de basura donde cayó lo poco que había comido en el día, leí la nota, la arranqué sin pensar que pudiese causar molestia, sólo a mí.
Pareciera un gran cambio comenzar a ser otro, pero es algo que livianamente se nota hasta que empiezan los bombardeos de improntas sin alarmas estridentes que puedan advertir antes que vienen los aullidos ruidos.
Subí a la bestia naranja número varias horas después de la masacre. Miraba por las ventanillas que dan a Tlalpan a varios memorándums que comenzaban a llegar.
Cuando estábamos por llegar a viaducto el tren se detuvo de nuevo. Ahí estaba Fabiola, la de los varios nombres, misma cuota, llegamos a tomar café en la esquina que resguarda con tanto ahínco de 6 a 12 de la noche, más de una vez me quedé sin conversación ya que existía una gran demanda por parte del público. Nunca llegamos a nada más allá de la charla agradable, el pago del café y la cuota del show que nunca sucedía.
Ese pasaje consecutivo a lo largo de los meses me deja pensando un rato mientras camino la corta distancia del metro a casa hasta que me despierta el llegar a la puerta y preguntarme cuántas casas he tenido y si han sido mejores que esta.
Aun no recuerdo si me gusta el whisky o me gustaba desde antes, ese trago caustico a mi parecer es un descubrimiento sin antecedentes.
En mi hogar no tengo muebles ni sillones, ya que de verdad me gusta sentarme y dormir en el suelo, como cadáver sin entierro.
Postrado en el piso está Sófocles, un violín que he comprado al escuchar a un concertista citadino. No soy malo interpretando a Kreisler, nunca tomé clases de música, bueno, no que yo sepa realmente, la tragedia que exhala el violín me parece innata.
Solía tener un televisor pero la vida es corta para andar gastando el tiempo en tales nimiedades. Aun esta el armazón pero ya no funciona, la destruí cuando vi en la pantalla a la mujer por la que una vez opté y resultó en mi suicidio. A diferencia de Fabiola, esa mujer no valía el precio que pagué.
Tengo familia pero la siento tan arraigada a mí como las familias que llegué a tener. Cuando vi a mi hijo perdido en un parque no pude explicarle nada, lo esperé con un helado en mano atento a la descripción de la mujer a la que no hubo problema alguno más que mi muerte. Llegó su padrastro, me agradeció, la adorable mujer sonrió como siempre lo ha hecho y lo hará en mi presente imperfecto, de añoranza perpetua.  
Ahora sólo me da risa hablar de mi caso con el cual podría exhortar a la gente a seguirme con fanatismo cordial y si no funciona sacar a colación al creador o que tengo mucha imaginación, perdonen por las molestias.
La vida me  parece digna de ser vivida, sólo me tomó no sé cuántas vidas averiguarlo. 

G.B.A.

“Guardería la Castañeda”


“Locura... frontera nunca demarcada 
El capitán siempre dictaba las mismas órdenes.
-Dobles aquí, dobles acá, si no flota está mal hecho.
Las expediciones duraban alrededor de un día o medio día dependiendo del turno que tuviese que cubrir la almiranta que nos dejaba al encargo del capitán más diestro en las artes de la exploración y la supervivencia en condiciones extremas de un ambiente controlado.
-Capitán tierra a la vista.
-¿Dónde?
-En mi ojo.
Mi hermano no dejaba de repetir los chistes de Tin-Tan que había visto en la película que se acababa de estrenar.
-Ah, marinero de agua puerca, me engañaste.
-¿No ha visto esa película capitán?
-No, lo haré en cuanto desembarquemos en el puerto más lejano.
 -¡Cuidado Arturito! no te vayas a caer.
Yo había dibujado el barco y si estabas afuera de la raya estabas a merced de los tiburones que también había dibujado.
-Cálmate Chivis, cualquier cosa hacemos más grande el barco y matamos a unos tiburones borrándolos.
-Nada de borrar, marineros de lago de Chapultepec, esté es un entrenamiento para cuando salgamos a altamar.
-Capitán, Capitán, escucho el canto de una sirena.
-Perdonen chamacos ahoritita regreso, practiquen los dobleces, aguas con los tiburones, las mal aguas y la insolación.
La sirena que cura las heridas, me caía mal desde una vez que salté por la borda y cayendo mal al mar de tierra se me raspó la rodilla y ella me talló tan fuerte la herida como para que  los zapatos brillosos de papá se vieran opacos. Arturito tuvo una racha en la que fuera de juicio por su canto se lastimaba constantemente hasta que le advirtieron que ya no lo iban a traer si seguía así.
-Buenas tardes capitán cómo se siente hoy.
-Algo mareado.
-¿Qué hizo para sentirse así?
-Yo nada, es usted que siempre canta muy bonito. Nada más empieza y le juro que ya sé por dónde anda. Su voz se oye desde que viene del pasillo ese donde está el raro que no habla y hasta el tipo ese que se la pasa gritando se calla para escucharla. Así me entero de que canciones andan afuera y de la hermosura que anda aquí dentro.
-Si usted nada más se hace guaje, verdad capitán.
-No, cómo cree, si sí estoy loco.
-Usted es un cuentero.
-Estoy loco por usted… tiene mucha personalidad.
-Usted es un marinero y los marineros en cada puerto un amor.
-Újule, pero aquí no hay puertos… ni porteros, cuando llegué nadie me ayudo con mi equipaje. Déjeme le digo que hasta se me arrugó mi traje de capitán. Los capitanes un sólo barco y un sólo amor. 
Las risas de la enfermera seguían siendo un canto, pero a mí no me salía mi barquito y a la fuente ya le quedaba poca agua, si acaso para el último viaje.
-Capitán, permiso para hablar.
-Permiso concedido, ¿amarraron la nave? No se nos vaya a ir como el otro día.
-Sí capitán.
Creo que algo le pasa a mi barco
-Ah, mira, es que está mal el mástil, así cómo, si yo nunca les enseñé a hacer aviones.
Ya estaba listo, así que corrí hasta la fuente con Arturito.
-¿Tiene hijos capitán?
-No, fíjese que lo he pensado y saldrían bien bonitos con sus ojos.
-Ja ja ¿Qué contesta en los exámenes que no le dejan salir?
 -Hago planas con su nombre, Selene, Selene, Selenita por todos los renglones de la hoja.
-Ya, en serio.
-Digamos que me metí con quien debía, pero el deber no siempre nos deja bien parados.
-Voy a terminar la ronda, nos vemos al ratito y nos  echamos un cigarrito.
-Pero váyase cantando para que no se acabé el encanto.
La sirena se fue entonando una canción mientras que el Capitán regresaba acompañándola con silbidos simulando estar en un barco o borracho.
-Reporte de la situación marineros.
-Tenemos hambre.
-No me digan eso.
El capitán era de las pocas personas que podían estar en ese patio, habló con una de las compañeras de la almiranta para informarle de la situación, momentos después llegó la Abuela.
-¿Cómo está capitán?
-Muy bien, muy bien Almiranta, aquí reportando que los marineros tienen hambre.
-¿Y la enfermera?
-Cantando por el otro patio, hasta acá se oye.
-Ja ja, no la vaya a meter en problemas ¿Me oye?
-Nunca en la vida, lo juro por la quebrada de Acapulco, bello paraíso de sol y arena. ¿Ya se lleva a los marineritos?
-Sí, ya acabó mi turno, nos vemos mañana y se los encargo de nuevo si me hace el favor.
-Pero por supuesto, son los mejores marinos que hayan navegado este patio de la Castañeda.
El ser los mejores en algo nos hacía sentir orgullosos a mí y a mi hermano, no dejábamos de presumirle eso a mamá y papá en casa. El capitán se despidió y nos entregó naves de reserva por la tarde lluviosa que regalaba ríos para navegar en la calle.
Acabé la ronda y regresé al patio donde seguía el capitán silbando en la llovizna la última canción que me había escuchado cantar.
-Pensé que se me venía la noche y no más no aparecía la luna.
-¿Qué hace ahí parado se va a enfermar?
-La lluvia me hace sentir que estoy afuera, se siente muy distinta al agua de las regaderas que están adentro para apaciguar a los furiosos.
Encendí mi cigarro y se lo puse en los labios para que no lo mojase.
-Supongo ha de ser difícil estar aquí.
-Pues ni tanto, afuera o adentro la gente está casi igual, lo que no me gusta es que tengo que caminar en círculos y por ejemplo no puedo acompañarla a su casa, a pesar de que siempre que hay luna, no le miento, si viera que sólo me sigue a mí.
-Qué bueno que anda aquí adentro si no se la pasaría abordando naves.
-No, me la pasaría viendo la luna para saber a dónde navegar.
Esta vez no sonreí porque los gritos del pasillo me asustaron y salté a la lluvia para abrazar al capitán.
-Asústese más seguido. Sólo son gritos, conozco gente que está peor y anda por la calle nada más que no anda gritando.
-¿Qué sabe de él?
-No mucho, nunca se le entiende lo que grita. De por sí los colchones de aquí están inspirados en la canción de la cama de piedra y ese que no deja dormir, pues menos le entiendo.
Me acompañó a la puerta por la que sólo yo podía pasar y sacó una flor seca hecha de papel.
-¿Es una rosa? parece noche buena.
-Pues no está mal, cuando salga le compro una.
-Mejor unos tulipanes.
-Ándale pues, váyase por la sombrita no se me vaya a derretir.
Al día siguiente la marinerita me preguntó por el capitán con todo y la molestia que me tenía, no le entendí bien lo que quería decir y Arturito se trababa cuando me dirigía la palabra así que hablé con la Almiranta.
-Fue a una revisión al hospital, tuvo una riña con un paciente, no fue nada grave, regresa al ratito, no se preocupe.
No podía dudar de que no estaba loco y de que era un magnifico actor, de regreso traía oculto en la ropa un tulipán casi desecho.
-Marineritos.
-¿Qué le pasó capitán?
-El pirata pendenciero y gritón se las vio negras.
Contó una historia dónde había más tiburones y piratas que internos hasta que la almiranta los tenía que regresar a casa.
-Y eso no es ni la mitad de un cuarto de la centésima parte de la historia marineritos, no se preocupen mañana les vuelvo a contar lo de hoy para refrescar la memoria y lo que falta.
La señora y sus nietos se fueron dejando barcos que ya habían aprendido a hacer para el Capitán.
-Está loco ¿por una mugrosa planta hizo todo esto?
-No es una plata, es una flor como usted, bueno no, usted si que está re chula, me iba a traer más pero luego cómo las metía, ya sé que no está en las mejores condiciones pero ese no fue el motivo de la riña. Ya sé porqué grita el pirata, está loco… loco como yo, él tampoco debería de estar aquí, y eso lo está volviendo loco.
-¿Qué le pasó?
-Le quitaron todo lo que tenia, su familia lo hace pasar por loco para quedarse con su dinero, su esposa enfermó poco después y no sabe nada más de ella.
-Por lo que me cuenta parece que se tomaron un café de olla.
-Fue antes de que me fuera a dormir a la sala común. Lo vi de frente, callado; empecé a silbar las canciones que luego usted anda cantando, ya ve que soy un pan de Dios entonces a mí todos me adoran y me dan más libertades que a los demás, él intentaba escaparse en ese momento. Pensó que estaba chiflándole a los guardias para que lo atraparan. Me tiró al suelo cuando llegó uno de los guardias lo sometió con ayuda de otros dos y me llevaron al hospital mientras me contaron la historia.
-Pero no le pasó nada verdad.
-Pues es que aquí no hay tulipanes y quería tomar el fresco. Si hubiese sabido por donde vive no hubiese dudado en llevarle serenata Srta. Selenita.
-No le haga, hubiera creído que estaba en un sueño o loca.
-¿Cómo sabe que no es así?
-No me gusta pensar mucho en esas cosas cuando estoy aquí.
-No porque no vea las cosas significa que no existen y no porque vea las cosas significa que son.
-Ya me voy, usted nada más me anda coqueteando y confundiendo.
-Tenga cuidado con él, la verdad en ocasiones nos hace libres de conciencia al no poder entender qué le ha pasado a la justicia.
-También había pensado en eso.
-No se le olvide pensar en mí
-Siempre pienso en usted.
-¿Cuándo?
-Cuando canto, ya me voy a terminar mi ronda si no para qué quiere.
La historia del capitán termino días después, por todo lo que dijo habían dejado al pirata peor que chancla vieja. No sabía que el capitán fuera un magnifico espadachín, karateca y boxeador, me sentí mal por el pobre pirata, ahora que le habían dado su escarmiento también podíamos darle una oportunidad como la abuela o mamá siempre nos la daban a mí y a mis hermanos.
A mi hermano no le gustó la idea, decía –Los piratas son feos, apestosos y malos, no se les puede dar oportunidades-. Yo no dejaba de soñar en los miles de parches y yesos que tenía el pobrecito pirata y la tortura que sentía cuando le daba comezón y no podía rascarse.
-“En el amor siempre hay algo de locura y en la locura siempre hay algo de razón.”
-A usted no se le va una verdad, ¿de dónde saco eso?
-Sólo cuando hay eclipses o está la noche nublada. No me acuerdo, creo que de una caja de cerillos.
-¿Qué le dijo a los marineritos que están bien entretenidos?
-Les di el mapa de un tesoro. Nadie nos está cuidando, no quiere sacar a su subconsciente que roba besos.
-Ya le dije que no fue premeditado yo nada más me iba a despedir y pues se me fueron los labios sin querer.
-Ah ¿no quería?
-No, sí, pero, ay… cómo me cae mal cuando me ve así.
-¿Cómo?
-Como si no importara nada más y me va convenciendo poquito a poquito.
Nos costó mucho trabajo pero encontramos las galletas del tesoro. También nos costó trabajo que nos hiciera caso el capitán por la sirena enfermera que ya ni se iba a sus rondas. Nos felicitó por nuestra gran habilidad en la búsqueda de tesoros y se despidió de nosotros mencionando que la próxima vez nos enseñaría a pescar en la fuente aunque no tuviera peces -el chiste es agarrarle el modo y ya pa´  pronto es luego tendríamos para hacer un buen caldo de pescado con epazotito-
Estábamos por salir cuando le jalé suavemente una trenza a la abuela para decirle que me dejara ir al baño antes de irnos, su cabello largo y negro estaba debajo de la cintura y era tan suave como ir de su mano.
Fui a la cárcel del pirata para compartir el tesoro, no porque fuese malo no lo podíamos dar otra oportunidad. Ya no era gritón como antes, se había calmado, así que fue difícil encontrarlo. Había olores terribles de hospital, vi en uno de los patios a personas sin ropa gritando, parecidos al pirata, pero ellos me daban el miedo suficiente para no acercármeles. Niños y niñas de mi edad sin barcos ni capitanes, sirenas cómo la enfermera pero con batas raídas y mirada perdida, almirantas ya sin cargo hablando solas, una guardería enorme.
Recordaba que por uno de estos cuartos salían los gritos. Abrí la puerta, me vio y le extendí una galleta.
Ya se me había hecho tarde de nuevo para la ronda, está vez era seguro que me iba a regañar, apresurada corrí por el pasillo para encontrar a la niña que estaba abriendo la puerta del interno en vísperas de la locura.
Las galletas cayeron al suelo, la niña llegó del empujón a las regaderas pegadas a la pared, la cubrí sin esperar que se le ocurriera algo más al interno que escapar, pero no fue así.
El silencio del hombre que se la pasaba gritando era síntoma de que algo dentro de él por fin pertenecía a ese lugar. Me tomó a mí y a la niña en un abrazo que seguramente fracturó los huesos de la niña que estaba inconsciente. Me faltaba el aire para gritar, para pensar, para que algo me doliera, cuando sea un pez nunca morderé el anzuelo.
La almiranta se colgó del pirata que nos soltó para caer duramente en el suelo suave cuando te falta la respiración. La tomó de las trenzas  y comenzó a ahorcarla, chocaron por el pasillo hasta que uno de los tubos se rompió y comenzó a llover fríamente.
La niña abrió los ojos pero no hablaba, no sufría, lloraba, lloraba todo el pasillo. El capitán lo golpeó sacándole el primer grito, pero había más gritos a lo lejos, por el eco sonaba a un brote en alguno de los otros patios.
El capitán nos metió al cuarto y cerró la puerta, la señora tenía en brazos a la niña, yo oía pero no había sonido más que el del agua cayendo, acallando. Este era un sueño de esos malos, encerrada veía las paredes preguntándome cuando iba a salir y que no quería salir nunca, no me gustaba el color, el tiempo era igual, lluvioso, hacía frio pero no me gustaba mi ropa, me sentía protegida y condenada, recordaba cosas, inventaba cosas, decía cosas, escuchaba cosas, quería desmallarme y no podía, intenté despertarme y no sabía si lo había logrado.
Extrañaba al capitán, quería al capitán, si quise besarlo, pero está loco, loco por mí, me gusta como sonríe, me gusta su voz, nuestros silencios, su coqueteo, qué habrá hecho, es una buena persona, no sé si lo quiera mañana, quiero que toque la puerta y entre con un ramo de tulipanes. Odio el sol, la cajeta, decepcionar, los tacones, que me ignoren, que me rompan las ilusiones, no encajar, enamorarme, la luz blanca, el olor a hospital, la sangre. Me arrullé, me tiré al suelo, comencé a cantar.
Por debajo de la puerta ya no pasaban sonidos, sólo el charco rojizo de la antes lluvia rodeándome. Me levanté tomé una de las sabanas y tapé la entrada, ya nada podía entrar… ya no podía salir.
Desperté en el hospital, mi hermano me había firmado el yeso, la abuela con el pelo corto a mi lado dormitando, estaba a salvo. Dormí de nuevo queriendo soñar con el capitán y la aventura que me contaría.
-¿Puedo ir a ver al capitán para que me cuente qué pasó?  Yo después le cuento a Chivis cuando despierte.
-El capitán se fue de viaje a otro patio al que no puedes entrar Turín.
-O con la enfermera.
-Ya no es enfermera.
-Pero sigue ahí, ándale Abue, ya no hay piratas.
-Siempre hay piratas por doquier.

G.B.A.