“Lo desconocido de una amante no
es la historia
que guarda o cuándo vendrán los
reproches,
sino que, de una en un millar,
temprano,
tarde o demasiado tarde, ésta podría
culminar siendo amada”
Qué se puede esperar de una mujer que
comienza a llegar tarde a las citas y deja al anfitrión sin hogar a la mitad de
un restaurante mendigando en los escombros de las excusas más propicias una
razón para soportar las miradillas discretas percatándose del asiento vacío que
hace sentir lleno de pesar al fumador de oficio en tiempo extra laboral.
-¿Seguro que no puedo ofrecerle algo
señor?
-Otro cenicero por favor.
No creo que los restaurantes se
mantengan de la renta de ceniceros y sillas, aunque eso me tenía sin cuidado,
lo que me empezaba a preocupar era que ya había fumado tanto como para nublar
el cielo.
Uno comienza a revisar el móvil de mil y
un maneras, pila, bocinas, recepción, incluso llama y cuelga, apaga y prende,
extinguida llama que no enciende por más que sea golpeado el maldito y diminuto
cacharro.
Le había llamado ya dos veces a la hora
mencionada, la tercera llamada era suerte o terquedad. Las mujeres gozan ese
tercer movimiento como las últimas moronitas de orgasmo, confirman que eres un
tarado.
Las lucecillas de las teclas brillando
un protector de pantalla donde surgía “el beso” de Toulouse Lautrec. No era
ella, era una no tan reciente adquisición obtenida en el metro tiempo atrás.
Llegué a la luz del final del túnel, en
esa estación se encuentra el trasbordo más largo que conozco… metro Tacuba. Sé
que hay otros pero ese es largo al estar siempre más lleno que las puertas de
San Pedro con barra libre por toda la perpetuidad. Llegué cansado a la línea de
meta que sólo cruzan los suicidas esperando se abrieran las puertas.
Por la posición en la que se encontraba
texto de “Así habló Zaratustra” seguramente se habría quedado callado, el pecho
de Mariana portaba una pintura de Seurat a dos o tonos, exposición en turno
sólo días escotados.
No tardó en florecer la charla que tenía
repasada de memoria en sueños, supuse que correspondería el momento en que se
mostrase una de esas mujeres por las que Fausto estiro la pata con toda su
estirpe dejando una sobrepoblación de patanes en el mundo, una Margarita de
pétalos prófugos buscando que la desfloren todavía más delicadamente que el
viento de los vagones deteniéndose.
Y así fue después de unos cigarrillos
aforísticos en el café de la hermana Juana y unos tragos en el centro Cultural
España.
La estudiante de danza contemporánea me
había hecho recordar a mi pianista. Una cosa es pasear de una mano musical y
otra muy distinta pasear las manos por esos muslos de concierto desconcertante.
Alejandra se estaba dando cuenta a últimas fechas de cómo ocultaba con Lautrec
a las bailarinas de Degas, por lo que la musa Mariana estaba por dar su último
recital de danza.
-Ah, pero qué pendejo.
Alejandra había recalcado la necesidad
de vernos en lugares distintos para que la monotonía no avistara en los tragos
de los café o las sabanas de los hoteles. El sitio de encuentro al que sitiaba
era el incorrecto.
Corrí dejando plantada la mentada de
madre del mesero, llegué al verdadero punto de encuentro, tomé lugar a lado de
los baños añorados por los bebedores y donde pierden el tiempo las mujeres. No
estaba, tomé asiento en el lugar para fumadores, pedí un cenicero y esta vez
seguro, una cuba libre. Si llegaba sabría mejor, si no, seguiría bebiendo hasta
que supiese mejor.
Ya había derrocado tres cubas cuando un
beso en la mejilla con olor a clavo acompañado de la pregunta a manera de
afirmación, -¿Ya llevas mucho esperando?- me levantó para ofrecer una silla a
Alejandra.
Ella no fumaba más que esos cigarros y
sólo lo hacía cuando buscaba la cigarrera en mis bolsillos tirados en una silla
o sentados en la alfombra cuando yo descansaba en la cama.
-No, creo que no han limpiado la mesa.
Mentira piadosa con alevosía, ahora sin
discreción ni resguardado en el enojo podía fingir que no pasaba nada, la
misericordia de la tardanza ostenta implícitamente que pudo haber no llegado y
partir en cualquier momento.
- Estaba con un amigo, suena tu celular.
Yo conocía sus amistades nulas omitiendo
al piano, ella conocía mis llamadas nulas a esa hora del día, no podía hacer
más que contestar mientras ella disimulaba. La pila, la bendita pila que nunca
quise reparar me salvó.
-He quedado de verme con un amigo pero
nunca confirmo, ya será otro día.
-Con cuál.
-No importa cual, importa que no creas en con
quien… con Alonso.
-Él me cae bien, si quieres háblale.
-Vendrás con nosotros.
Si hubiese dicho que no tenía el número
la sospecha se estaría horneando hasta quemarse y ese humo negro opacaría mis
cigarros.
-No.
- Con cuál amigo estabas.
-Ya sabes con cuál, tenemos planes, así
que vámonos.
Me levantó y pensé en cómo pagar la
cuenta discretamente, sonó su celular y se alejó por el ruido del solitario
bar.
Pagué, la vi a lo lejos, sonrió, me vio
sin dejar de hacerlo, como cuando lee a Sade frente a su abuela, tardo un rato,
chequé mi billetera, todavía me alcanzaba para acudir al lugar que a pesar de
la monotonía frecuentábamos por sus accesibles precios. El hotel señorial.
La posada de los momentos más aprensivos
en el desquicio tenía un pequeño lobby que olía a los años 60ta, cuando
Alejandra entraba se alejaba ese tiempo pasado hasta llegar a un campo de
recién cortado de avena, ahora ahumada con clavo. La pregunta era innecesaria,
la tardanza brindaba simultáneas explicaciones con una sola intención
silenciosa.
No había manera de instalarse en los
primeros pisos así que subíamos las escaleras de Escher que se presentaban como
alarma de elevador al ser la figuración precisa de mis pasos hacia la respuesta
infundada.
La tomé de la mano para correr por la
vía menos dolorosa y así figurarme que llegaba a algún lugar, frente a la
puerta del cuarto ya tenía en mis brazos camilleros a la de la pregunta
agónica.
La muerte chiquita ya nos esperaba,
pedimos disculpas por la tardanza y de inmediato la entube a mi boca a la par
que comenzaba la auscultación de cualquier pista que me llevara a la existencia
de algún posible enemigo cancerígeno. Sus pezones seguían al dente, sus muslos
a la temperatura sugerente, habitual, el hueco vertical que corría de la
espalda con sabor de frambuesas seguía perene ahora surtido de una tenue
esencia a yerbabuena.
El primer diagnostico no apuntaba a
ningún culpable, necesitaba un instrumento más delicado y precisión en el objeto de de estudio, con tanta ilusión
desubicada en sus ojos perdidos la distracción me acorralaba, la investigación
participante dejaba que el placer lascivamente gritara socorro.
De inmediato ante al auxilio le di
respiración de boca a lo que de igual manera tiene labios, provocando acallarla
por la falta de aire, abrazada por espasmos, sus dedos musicales acariciando mi
cabello simulaban un intento de arpa que seguramente descordaría con la pericia
del conocimiento sobre su cuerpo.
Era un sabor intenso a yerbabuena, como
sí la hubiese comido por años y a toda hora resultando aturdir cualquier otra
fragancia y sabor en viajes gourmet a la redonda, la humedad de todo su cuerpo
ahora era el perfecto enjuague bucal.
La averiguación dejó de importarme, no
así la exploración, saqué un instrumento a manera de guante que se usa en la
extremidad media para así perpetrar el crimen y sin dejar huella darle cajón a
mis incertidumbres.
Era la primera vez que terminábamos
zurcidos, como herida bien atendida, cuenta saldada, titubeo pensionado. Se
levantó haciéndose el sentimiento de la falta de un miembro, aprecié el frio
aguardándola a que regresase con el cigarro que guardaba siempre para ella.
La hipotermia no me convenció aun cuando
la vi con el cigarro en la boca vistiéndose de gris apresuradamente.
- Ya se me hizo tarde.
- He estado pensando que sin darnos
cuenta podemos presumir de un trasplante de corazón exitoso, tú tienes el mío y
yo el tuyo.
- No podemos volver a vernos, ya no lo
aguanto.
- ¿Hay algo que me quieras decir?
- Nada que no sepas.
- ¿Alguien?
- No me busques y ni se te ocurra ir al
recital.
- Pero puse todo de mi parte. No te
llamaba más que cuando querías, buscaba diversos lugares a donde ir para no
hastiarnos y…
- Eso sólo era necesario, para cualquier
relación.
Dejó el cigarro mal apagado y ni
siquiera se ocupó de cerrar la puerta. El olor me clavaba pacíficamente y sin
anestesia su bisturí para disecarme, así que no salió ni una lagrima a
chismosear.
Diagnostico final, muerte de facto.
Conclusión… se me acabo el tiempo, la señora de la limpieza con escoba por
fusil en mano me apuntaba.
Una llamada resonando, Alejandra en mi
mente, Mariana al teléfono preocupada por dónde estaba, quedamos de vernos
lejos de donde se llevaría a cabo el recital.
-Hoy es un día especial para los dos
cielo.
-Ya lo creo.
-Ya arregla ese teléfono.
-Ya lo haré.
Mariana me tenía preparada una sorpresa,
aunque la sorprendió más mi cara de cirugía fallida de varias horas y mi peste
a yerbabuena.
Caminamos un buen rato hasta encontrar
asiento en la fuente de los coyotes de aullido estático, la empatía con las
estatuas también tomó asiento.
- ¿No quieres saber cuál es la sorpresa?
- Claro.
- Mira, pon tu oído en mi pecho.
-¿Qué escuchas?
- No ando de humor para esas cosas.
- Te regalo mi danza de todo el tiempo.
Ella colocó el oído en mi pecho.
-¿Te sientes bien? Se escucha lejano,
como sonido de puerta entreabierta o como si te hubiesen extirpado el corazón…
mira, ya se escucha mejor.
Alejandra estaba dado un recital en ese
momento, en el lado apuesto de la fuente podía ver sus dedos bailar sobre las
piedrecillas figurando teclas.
Mariana me abrazó e inició su danza,
nuestros pasos terminaron frente a los ojos de Alejandra y la espalda de su
novio que la besaba.
Era imposible fingirnos ajenos, nos
saludamos como amigos, presenté a mi novia, presumió que hoy cumplíamos meses,
ella presentó a su novio con el que cumplía años.
El hombre masticando chicles de
yerbabuena como si remoliera las plantas mismas ya que de igual manera conocía
que Alejandra no tenía amigos, Mariana celosa de mi danza interna… los dos
coyotes inertes.
Nos despedimos proponiendo una cita
doble para cualquier otro día. De regreso en El Hotel Señorial aunque ahora con
Mariana, le di consulta pensando en otra paciente. Estaba molesta por no ir al
lugar habitual, aun así, cariñosamente se me pegó como costra, yo enyesado
pensado en que los amantes, al no tener un contrato que romper quemar o
desaparecer, le rinden cuentas a nadie y es el corazón quien sale
agraviado.
Lautrec brillando, una llamada
postizamente extraviada.
-¿Quién es a esta hora cielo?
-Perdón musa, ya sé que hoy es un día
especial, pero Alonso tuvo una emergencia, regreso de inmediato…
- Ven
Escuchó mi pecho, recreé un infarto
voluntario.
- No te tardes, me da frio.
- Te entiendo… de verdad.
G.B.A.
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