viernes, 27 de abril de 2012

“El otro o la otra”


“Lo desconocido de una amante no es la historia
que guarda o cuándo vendrán los reproches,
sino que, de una en un millar, temprano,
                 tarde o demasiado tarde, ésta podría
culminar siendo amada”

Qué se puede esperar de una mujer que comienza a llegar tarde a las citas y deja al anfitrión sin hogar a la mitad de un restaurante mendigando en los escombros de las excusas más propicias una razón para soportar las miradillas discretas percatándose del asiento vacío que hace sentir lleno de pesar al fumador de oficio en tiempo extra laboral.
-¿Seguro que no puedo ofrecerle algo señor?
-Otro cenicero por favor.
No creo que los restaurantes se mantengan de la renta de ceniceros y sillas, aunque eso me tenía sin cuidado, lo que me empezaba a preocupar era que ya había fumado tanto como para nublar el cielo.
Uno comienza a revisar el móvil de mil y un maneras, pila, bocinas, recepción, incluso llama y cuelga, apaga y prende, extinguida llama que no enciende por más que sea golpeado el maldito y diminuto cacharro.
Le había llamado ya dos veces a la hora mencionada, la tercera llamada era suerte o terquedad. Las mujeres gozan ese tercer movimiento como las últimas moronitas de orgasmo, confirman que eres un tarado. 
Las lucecillas de las teclas brillando un protector de pantalla donde surgía “el beso” de Toulouse Lautrec. No era ella, era una no tan reciente adquisición obtenida en el metro tiempo atrás.
Llegué a la luz del final del túnel, en esa estación se encuentra el trasbordo más largo que conozco… metro Tacuba. Sé que hay otros pero ese es largo al estar siempre más lleno que las puertas de San Pedro con barra libre por toda la perpetuidad. Llegué cansado a la línea de meta que sólo cruzan los suicidas esperando se abrieran las puertas.
Por la posición en la que se encontraba texto de “Así habló Zaratustra” seguramente se habría quedado callado, el pecho de Mariana portaba una pintura de Seurat a dos o tonos, exposición en turno sólo días escotados.
No tardó en florecer la charla que tenía repasada de memoria en sueños, supuse que correspondería el momento en que se mostrase una de esas mujeres por las que Fausto estiro la pata con toda su estirpe dejando una sobrepoblación de patanes en el mundo, una Margarita de pétalos prófugos buscando que la desfloren todavía más delicadamente que el viento de los vagones deteniéndose.
Y así fue después de unos cigarrillos aforísticos en el café de la hermana Juana y unos tragos en el centro Cultural España.
La estudiante de danza contemporánea me había hecho recordar a mi pianista. Una cosa es pasear de una mano musical y otra muy distinta pasear las manos por esos muslos de concierto desconcertante. Alejandra se estaba dando cuenta a últimas fechas de cómo ocultaba con Lautrec a las bailarinas de Degas, por lo que la musa Mariana estaba por dar su último recital de danza.
-Ah, pero qué pendejo.
Alejandra había recalcado la necesidad de vernos en lugares distintos para que la monotonía no avistara en los tragos de los café o las sabanas de los hoteles. El sitio de encuentro al que sitiaba era el incorrecto.
Corrí dejando plantada la mentada de madre del mesero, llegué al verdadero punto de encuentro, tomé lugar a lado de los baños añorados por los bebedores y donde pierden el tiempo las mujeres. No estaba, tomé asiento en el lugar para fumadores, pedí un cenicero y esta vez seguro, una cuba libre. Si llegaba sabría mejor, si no, seguiría bebiendo hasta que supiese mejor.
Ya había derrocado tres cubas cuando un beso en la mejilla con olor a clavo acompañado de la pregunta a manera de afirmación, -¿Ya llevas mucho esperando?- me levantó para ofrecer una silla a Alejandra.
Ella no fumaba más que esos cigarros y sólo lo hacía cuando buscaba la cigarrera en mis bolsillos tirados en una silla o sentados en la alfombra cuando yo descansaba en la cama.
-No, creo que no han limpiado la mesa.
Mentira piadosa con alevosía, ahora sin discreción ni resguardado en el enojo podía fingir que no pasaba nada, la misericordia de la tardanza ostenta implícitamente que pudo haber no llegado y partir en cualquier momento.
- Estaba con un amigo, suena tu celular.
Yo conocía sus amistades nulas omitiendo al piano, ella conocía mis llamadas nulas a esa hora del día, no podía hacer más que contestar mientras ella disimulaba. La pila, la bendita pila que nunca quise reparar me salvó.
-He quedado de verme con un amigo pero nunca confirmo, ya será otro día.
-Con cuál.
 -No importa cual, importa que no creas en con quien… con Alonso.
-Él me cae bien, si quieres háblale.
-Vendrás con nosotros.
Si hubiese dicho que no tenía el número la sospecha se estaría horneando hasta quemarse y ese humo negro opacaría mis cigarros.
-No.
- Con cuál amigo estabas.
-Ya sabes con cuál, tenemos planes, así que vámonos.
Me levantó y pensé en cómo pagar la cuenta discretamente, sonó su celular y se alejó por el ruido del solitario bar.
Pagué, la vi a lo lejos, sonrió, me vio sin dejar de hacerlo, como cuando lee a Sade frente a su abuela, tardo un rato, chequé mi billetera, todavía me alcanzaba para acudir al lugar que a pesar de la monotonía frecuentábamos por sus accesibles precios. El hotel señorial.
La posada de los momentos más aprensivos en el desquicio tenía un pequeño lobby que olía a los años 60ta, cuando Alejandra entraba se alejaba ese tiempo pasado hasta llegar a un campo de recién cortado de avena, ahora ahumada con clavo. La pregunta era innecesaria, la tardanza brindaba simultáneas explicaciones con una sola intención silenciosa.
No había manera de instalarse en los primeros pisos así que subíamos las escaleras de Escher que se presentaban como alarma de elevador al ser la figuración precisa de mis pasos hacia la respuesta infundada.
La tomé de la mano para correr por la vía menos dolorosa y así figurarme que llegaba a algún lugar, frente a la puerta del cuarto ya tenía en mis brazos camilleros a la de la pregunta agónica.
La muerte chiquita ya nos esperaba, pedimos disculpas por la tardanza y de inmediato la entube a mi boca a la par que comenzaba la auscultación de cualquier pista que me llevara a la existencia de algún posible enemigo cancerígeno. Sus pezones seguían al dente, sus muslos a la temperatura sugerente, habitual, el hueco vertical que corría de la espalda con sabor de frambuesas seguía perene ahora surtido de una tenue esencia a yerbabuena.
El primer diagnostico no apuntaba a ningún culpable, necesitaba un instrumento más delicado y precisión en  el objeto de de estudio, con tanta ilusión desubicada en sus ojos perdidos la distracción me acorralaba, la investigación participante dejaba que el placer lascivamente gritara socorro.
De inmediato ante al auxilio le di respiración de boca a lo que de igual manera tiene labios, provocando acallarla por la falta de aire, abrazada por espasmos, sus dedos musicales acariciando mi cabello simulaban un intento de arpa que seguramente descordaría con la pericia del conocimiento sobre su cuerpo.
Era un sabor intenso a yerbabuena, como sí la hubiese comido por años y a toda hora resultando aturdir cualquier otra fragancia y sabor en viajes gourmet a la redonda, la humedad de todo su cuerpo ahora era el perfecto enjuague bucal.
La averiguación dejó de importarme, no así la exploración, saqué un instrumento a manera de guante que se usa en la extremidad media para así perpetrar el crimen y sin dejar huella darle cajón a mis incertidumbres.
Era la primera vez que terminábamos zurcidos, como herida bien atendida, cuenta saldada, titubeo pensionado. Se levantó haciéndose el sentimiento de la falta de un miembro, aprecié el frio aguardándola a que regresase con el cigarro que guardaba siempre para ella.
La hipotermia no me convenció aun cuando la vi con el cigarro en la boca vistiéndose de gris apresuradamente.
- Ya se me hizo tarde.
- He estado pensando que sin darnos cuenta podemos presumir de un trasplante de corazón exitoso, tú tienes el mío y yo el tuyo.
- No podemos volver a vernos, ya no lo aguanto.
- ¿Hay algo que me quieras decir?
- Nada que no sepas.
- ¿Alguien?
- No me busques y ni se te ocurra ir al recital.
- Pero puse todo de mi parte. No te llamaba más que cuando querías, buscaba diversos lugares a donde ir para no hastiarnos y…
- Eso sólo era necesario, para cualquier relación.
Dejó el cigarro mal apagado y ni siquiera se ocupó de cerrar la puerta. El olor me clavaba pacíficamente y sin anestesia su bisturí para disecarme, así que no salió ni una lagrima a chismosear.
Diagnostico final, muerte de facto. Conclusión… se me acabo el tiempo, la señora de la limpieza con escoba por fusil en mano me apuntaba.
Una llamada resonando, Alejandra en mi mente, Mariana al teléfono preocupada por dónde estaba, quedamos de vernos lejos de donde se llevaría a cabo el recital.
-Hoy es un día especial para los dos cielo.
-Ya lo creo.
-Ya arregla ese teléfono.
-Ya lo haré.
Mariana me tenía preparada una sorpresa, aunque la sorprendió más mi cara de cirugía fallida de varias horas y mi peste a yerbabuena.
Caminamos un buen rato hasta encontrar asiento en la fuente de los coyotes de aullido estático, la empatía con las estatuas también tomó asiento.
- ¿No quieres saber cuál es la sorpresa?
- Claro.
- Mira, pon tu oído en mi pecho.
-¿Qué escuchas?
- No ando de humor para esas cosas.
- Te regalo mi danza de todo el tiempo.
Ella colocó el oído en mi pecho.
-¿Te sientes bien? Se escucha lejano, como sonido de puerta entreabierta o como si te hubiesen extirpado el corazón… mira, ya se escucha mejor.
Alejandra estaba dado un recital en ese momento, en el lado apuesto de la fuente podía ver sus dedos bailar sobre las piedrecillas figurando teclas.
Mariana me abrazó e inició su danza, nuestros pasos terminaron frente a los ojos de Alejandra y la espalda de su novio que la besaba.
Era imposible fingirnos ajenos, nos saludamos como amigos, presenté a mi novia, presumió que hoy cumplíamos meses, ella presentó a su novio con el que cumplía años.
El hombre masticando chicles de yerbabuena como si remoliera las plantas mismas ya que de igual manera conocía que Alejandra no tenía amigos, Mariana celosa de mi danza interna… los dos coyotes inertes.
Nos despedimos proponiendo una cita doble para cualquier otro día. De regreso en El Hotel Señorial aunque ahora con Mariana, le di consulta pensando en otra paciente. Estaba molesta por no ir al lugar habitual, aun así, cariñosamente se me pegó como costra, yo enyesado pensado en que los amantes, al no tener un contrato que romper quemar o desaparecer, le rinden cuentas a nadie y es el corazón quien sale agraviado.  
Lautrec brillando, una llamada postizamente extraviada.
-¿Quién es a esta hora cielo?
-Perdón musa, ya sé que hoy es un día especial, pero Alonso tuvo una emergencia, regreso de inmediato…
- Ven
Escuchó mi pecho, recreé un infarto voluntario.
- No te tardes, me da frio.
- Te entiendo… de verdad.

G.B.A.

No hay comentarios:

Publicar un comentario