“Las dos caras de la moneda son tristes.”
-Las mujeres solitarias siempre me han
gustado, son simples, saben lo que quieren. Pedí una cerveza más.
-Siempre me han gustado los hombres
solitarios, son complejos, y el fracaso les parece indistinto. Le di un sorbo
fulminante al whisky y pedí otro más, pero esta vez sin hielos.
El bar parecía inhabitado para los antecesores
de la lucha constante, era una arena donde los mejores embusteros no salían
bien librados, el piso de azulejos hacia resbalar a los borrachos despojados de
elegancia. Ring perfecto para los buscadores de un supuesto destino por
aniquilar.
-Las mesas presenciaban cuerpos inhabitados,
el alcohol los movía, tengo reglas que me impiden relacionarme con una mujer
donde escasea la voluntad, claro, esto aparentemente ya que se torna monótono
el asunto, esa aburrición tan símil al onanismo no es mi predilección. Con
respecto a los hombres, no me importa si están borrachos, o, no, son estúpidos
de cualquier forma.
-Te invito un trago linda, ¿Qué bebes?
-Gracias ya tengo uno, aunque sí pudieras
adivinar otra de mis predilecciones yo te compartiría una silla.
-mmm, Ron.
-
No bebo Ron, por cierto la silla esta apartada
-No me gusta buscar, pero si no busco me topo
con cualquier sexo lindo y desastroso, armónico con la vida. Superficial.
-Al parecer aquí todos son idiotas,
piensan que sentándose en una silla a beber les puedo dar un sexo de ensueño, o
cualquier tipo de sexo, o ensueño, butaca de primera clase en una obra
tediosa.-
Aparentemente complementarios y
distantes, eran simplemente caprichosos de una historia entrañable, propia.
-Guardé la pluma y cerré la libreta.
-Terminé el vaso y dejé de pensar.
-Me das la cuenta por favor.
Sonó un eco prenupcial.
-No me des la cuenta todavía. Una copa de
sauvignon y otra cerveza, oscura por favor.
-Del más añejo que tengas. Por cierto el whisky
sabe igual con hielos que sin hielos.
-
No tengo vino.
Parecía el fin de un cuento.
-
Entonces no quiero la cerveza, a dónde quieres ir.
-
A donde podamos sentarnos juntos.
-Tengo varios vinos en mi casa.
Pagaron la cuenta y el precio de sus futuros
pecados. Salieron del precario bar juntos, pero intactos.
-¿Dónde está?
-A tres cuadras, en Bolívar.
-¿Bolívar? a dos cuadras.
-
En Bolívar, a tres cuadras u ochos besos, o, depende de lo que se te ocurra y
las sombras que se compadezcan de nosotros.
-
No hay sombras en ese rumbo, conozco el centro como a un viejo amigo que a
veces miente.
-Yo lo conozco como a una amante.
-¿Cómo?
-No sé nada de su historia, sólo sé cómo
moverme.
La risa los guió hasta un edificio que daría
todo por un temblor y después a una puerta cuyo amante predilecto seria un
cerrajero.
-¿Vives solo?
-La soledad también es un homenaje al prójimo.
-Vives solo y te gusta Benedetti.
-Hay un dicho que menciona algo acerca de que
los amigos se cuentan son los dedos de una mano. Yo diría que con los dedos de
una mano mutilada. Los amigos no son indispensables, son los que se vuelven
indispensables, por ende carezco de cualquier atisbo de lo que se le asemeje.
-No tienes novia entonces.
-En efecto, no me he topado con una mujer de
la cual pueda hacerme devoto de algo más que su carne. Me agrada tu
especulación, ¿A qué se debe?
-No hay ropa de mujer en la sala. Una mujer
siempre deja la ropa en lugares públicos o concurridos para demarcar su
territorio. Puede que la pudieras haber escondido, pero tu casa no huele a mujer,
eso no se esconde. Hay un humor a humedad y soledad, sin embargo, más que anda
apesta a incertidumbre.
-Me gusta esa diferenciación de la casa con
respecto al hogar, y sobre todo lo de lo incierto. De esta casa mi único hogar
es el balcón.
-¿Te gusta ver a la gente?
-Deje los gustos desagradables y la curiosidad
en la adolescencia. Es mi hogar porque ahí también se para el cielo.
-¿Ya es tan tarde o tu reloj no
funciona?
-Lo que importa de un reloj no es la
hora que marca, sino, el incesante estruendo de los segundos.
-¿Dónde está el vino que me prometiste?
Sacó cuatro copas, dos abiertas y dos angostas
sirvió el vino y tomó asiento.
-¿Por qué serviste todo el vino?
-Porque a fin de cuentas lo beberemos todo, lo
sé porque te vi beber Whiskey como rusa.
-¡Ja! Los rusos beben vodka.
-Bebías de forma desmesurada, pero elegante,
de cierta forma escocesa aunque no enteramente. A parte una botella vacía
siempre me hace sentir conquistador de una guerra imaginaria.
-No me gustan los siempres ni los nuncas,
prefiero el presente. Supongo que prefieres la copa abierta. Te gusta los
aromas, por eso te acercaste a mí y llegamos aquí entre otras cosas.
-
Más que nada por otras cosas, aunque debo de afirmar que ese aroma a lavanda me
arrastro a pedir la cuenta. No es usual.
-¿Qué sí es usual?
-El sexo entre extraños, pero no me gusta lo
usual.
Apareció una risa que los apretaba. Los
dos parecían estar fijando la mirada el uno en el otro. Los ojos deficientes de
melanina y pudor incitaban al hombre huir de cualquier supuesto de alejar la
mirada aparentemente vaga y perdida. Dos profesionales de la inocencia, del
descaro, cuidadosos de mostrar cualquier vestigio de duda.
-¿Por qué no bebes?
-No sé qué fragancia me deleita más, aunado a
eso no recuerdo algo y me gusta no recordar.
La mujer comenzó una pequeña danza
aventurada alrededor de la pequeña Alejandría en región cuatro, como observando
cautelosamente los pasillos de Louvre.
-Eres todo un ratón de biblioteca.
-Esa es una simple apariencia, en
realidad soy una rata de burdel con unos cuantos libros.
La dueña de los ojos verdes tiró su copa
suponiendo un no querer tirarla, el hombre la había tirado a su hígado tiempo
antes.
-Perdona, ya arruiné tus libros y alfombra.
-No te preocupes, ya ni recordaba que era una
alfombra. Suponía que eran cucarachas peludas que corrían en este recinto ávido
de mi embriaguez constante. Por los libros no tengas cuidado, memorizo lo que
me gusta y lo que no me gusta me hace lucir culto.
-Dime algo que extrañes.
-Dormir con una mujer, despertar y que siga
ahí.
-¿Tú?
-La lluvia.
-¿La lluvia?
-Sí, la lluvia a secas.
-¿Qué te gusta más?
-Ser mujer.
Apuró de un trago el vino, el hombre
llevaba la mitad de este mismo en la copa angosta.
-¿Qué tanto te gusta?
-Tanto como para cambiarme de sexo.
-¡Ja!
-¿A ti?
-
El azar
-¿Qué tanto?
-Tanto como para trastocar las copas y no
recordar cuáles eran las de yumbina o las de veneno.
La honestidad los hizo más próximos de lo que
esperaban.
-Me gusta la naturalidad de ser mujer.
-Me gusta llevarme entre las patas a quien
quiera irse, y si es una mujer mejor.
-Siempre al despertarme pienso que es un buen
día para morir. A parte se me hacia raro que vaciaras la botella, cualquier
bohemio odia las botellas vacías. Cuando tiré la copa y no hiciste el más
mínimo gesto reprobatorio por parte de los libros o la alfombra, supe que no
querías embriagarme, al menos no con vino.
-A mí no me gusta despertarme, ni dormir, sé
que a fin de cuentas todo pende de una realidad unigénita embriagado o no, lo
que es más triste.
-Las dos caras de la moneda son tristes.
-No, el estar sobrio es más triste.
-¡Ja!, ¿entonces qué buscas viviendo?
-Una cómplice para asesinar la realidad, una
mujer que impregne el aroma en mi vida dispuesta a finalizar en cualquier
momento o capricho.
-¿Me condené afirmando que era una mujer?
-Creo que sí, mi búsqueda evita las féminas,
desagradables testigos. No puedo con la realidad solo, pero la realidad no
puede bastarse de nosotros. Finalizando nuestra realidad, la matamos un tanto.
-¿Pero no estás seguro?
-No, segura sólo la muerte, ¡ja!, aunque sería
realmente patético el hubieras tomado el incitador del pecado y yo el aliciente
de la muerte, de igual manera volverme necrófilo me desagrada hondamente, pero,
podría aguantarme el desencanto.
-Después de ser mujer mi fascinación es el
azar o un hombre.
-La única manera de conquistar a una mujer es
haciendo la reír... o llorar.
-Has logrado una.
-Para llorar no es necesario que salgan
lágrimas, no sé cual sea la vía por la que he alcanzado la meta.
-Digamos que me has matado de la risa y
estremecido hasta los huesos.
-El humor negro con la muerte no me gusta, es
un tema sumamente serio.
-¿Qué
esperamos si la muerte aguarda insegura, o, demasiado segura?
-Esperamos nada...
Los botones y cierres socios de la
espera fallecieron súbitamente, las ropas comenzaron a desprenderse a la par
del alma, un vals moribundo, intenso, gentil, igual.
-El alba teñida de lluvia me había
despertado con un cuerpo a lado, puedo afirmar que dejé de extrañar.
Eran dos voces, pero esta vez se debía al
divorcio y austeridad del cuarto. Sólo alguno de ellos había encontrado el
azar, pero los dos se habían alejado de una vez definitiva de la nostalgia
pesada como milenios que los mantenía sitiados noches atrás.
G.B.A.
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