viernes, 27 de abril de 2012

“Dánae y mi lluvia común y cotidiana.”


Las dos caras de la moneda son tristes.

-Las mujeres solitarias siempre me han gustado, son simples, saben lo que quieren. Pedí una cerveza más.

 -Siempre me han gustado los hombres solitarios, son complejos, y el fracaso les parece indistinto. Le di un sorbo fulminante al whisky y pedí otro más, pero esta vez sin hielos.

 El bar parecía inhabitado para los antecesores de la lucha constante, era una arena donde los mejores embusteros no salían bien librados, el piso de azulejos hacia resbalar a los borrachos despojados de elegancia. Ring perfecto para los buscadores de un supuesto destino por aniquilar.

 -Las mesas presenciaban cuerpos inhabitados, el alcohol los movía, tengo reglas que me impiden relacionarme con una mujer donde escasea la voluntad, claro, esto aparentemente ya que se torna monótono el asunto, esa aburrición tan símil al onanismo no es mi predilección. Con respecto a los hombres, no me importa si están borrachos, o, no, son estúpidos de cualquier forma.

 -Te invito un trago linda, ¿Qué bebes?
 -Gracias ya tengo uno, aunque sí pudieras adivinar otra de mis predilecciones yo te compartiría una silla.
-mmm, Ron.
 - No bebo Ron, por cierto la silla esta apartada
 -No me gusta buscar, pero si no busco me topo con cualquier sexo lindo y desastroso, armónico con la vida. Superficial.
-Al parecer aquí todos son idiotas, piensan que sentándose en una silla a beber les puedo dar un sexo de ensueño, o cualquier tipo de sexo, o ensueño, butaca de primera clase en una obra tediosa.-
Aparentemente complementarios y distantes, eran simplemente caprichosos de una historia entrañable, propia.

 -Guardé la pluma y cerré la libreta.
 -Terminé el vaso y dejé de pensar.
 -Me das la cuenta por favor.

 Sonó un eco prenupcial.

 -No me des la cuenta todavía. Una copa de sauvignon y otra cerveza, oscura por favor.
 -Del más añejo que tengas. Por cierto el whisky sabe igual con hielos que sin hielos.
 - No tengo vino.

 Parecía el fin de un cuento.

 - Entonces no quiero la cerveza, a dónde quieres ir.
 - A donde podamos sentarnos juntos.
 -Tengo varios vinos en mi casa.
 Pagaron la cuenta y el precio de sus futuros pecados. Salieron del precario bar juntos, pero intactos.
 -¿Dónde está?
 -A tres cuadras, en Bolívar.
 -¿Bolívar? a dos cuadras.
 - En Bolívar, a tres cuadras u ochos besos, o, depende de lo que se te ocurra y las sombras que se compadezcan de nosotros.
 - No hay sombras en ese rumbo, conozco el centro como a un viejo amigo que a veces miente.
 -Yo lo conozco como a una amante.
-¿Cómo?
-No sé nada de su historia, sólo sé cómo moverme.
 La risa los guió hasta un edificio que daría todo por un temblor y después a una puerta cuyo amante predilecto seria un cerrajero.
 -¿Vives solo?
 -La soledad también es un homenaje al prójimo.
 -Vives solo y te gusta Benedetti.
 -Hay un dicho que menciona algo acerca de que los amigos se cuentan son los dedos de una mano. Yo diría que con los dedos de una mano mutilada. Los amigos no son indispensables, son los que se vuelven indispensables, por ende carezco de cualquier atisbo de lo que se le asemeje.
 -No tienes novia entonces.
 -En efecto, no me he topado con una mujer de la cual pueda hacerme devoto de algo más que su carne. Me agrada tu especulación, ¿A qué se debe?
 -No hay ropa de mujer en la sala. Una mujer siempre deja la ropa en lugares públicos o concurridos para demarcar su territorio. Puede que la pudieras haber escondido, pero tu casa no huele a mujer, eso no se esconde. Hay un humor a humedad y soledad, sin embargo, más que anda apesta a incertidumbre.
 -Me gusta esa diferenciación de la casa con respecto al hogar, y sobre todo lo de lo incierto. De esta casa mi único hogar es el balcón.
 -¿Te gusta ver a la gente?
 -Deje los gustos desagradables y la curiosidad en la adolescencia. Es mi hogar porque ahí también se para el cielo.
-¿Ya es tan tarde o tu reloj no funciona?
-Lo que importa de un reloj no es la hora que marca, sino, el incesante estruendo de los segundos.
-¿Dónde está el vino que me prometiste?
 Sacó cuatro copas, dos abiertas y dos angostas sirvió el vino y tomó asiento.
 -¿Por qué serviste todo el vino?
 -Porque a fin de cuentas lo beberemos todo, lo sé porque te vi beber Whiskey como rusa.
 -¡Ja! Los rusos beben vodka.
 -Bebías de forma desmesurada, pero elegante, de cierta forma escocesa aunque no enteramente. A parte una botella vacía siempre me hace sentir conquistador de una guerra imaginaria.
 -No me gustan los siempres ni los nuncas, prefiero el presente. Supongo que prefieres la copa abierta. Te gusta los aromas, por eso te acercaste a mí y llegamos aquí entre otras cosas.
 - Más que nada por otras cosas, aunque debo de afirmar que ese aroma a lavanda me arrastro a pedir la cuenta. No es usual.
 -¿Qué sí es usual?
 -El sexo entre extraños, pero no me gusta lo usual.
Apareció una risa que los apretaba. Los dos parecían estar fijando la mirada el uno en el otro. Los ojos deficientes de melanina y pudor incitaban al hombre huir de cualquier supuesto de alejar la mirada aparentemente vaga y perdida. Dos profesionales de la inocencia, del descaro, cuidadosos de mostrar cualquier vestigio de duda.
-¿Por qué no bebes?
 -No sé qué fragancia me deleita más, aunado a eso no recuerdo algo y me gusta no recordar.
La mujer comenzó una pequeña danza aventurada alrededor de la pequeña Alejandría en región cuatro, como observando cautelosamente los pasillos de Louvre. 
-Eres todo un ratón de biblioteca.
-Esa es una simple apariencia, en realidad soy una rata de burdel con unos cuantos libros.
 La dueña de los ojos verdes tiró su copa suponiendo un no querer tirarla, el hombre la había tirado a su hígado tiempo antes.
 -Perdona, ya arruiné tus libros y alfombra.
 -No te preocupes, ya ni recordaba que era una alfombra. Suponía que eran cucarachas peludas que corrían en este recinto ávido de mi embriaguez constante. Por los libros no tengas cuidado, memorizo lo que me gusta y lo que no me gusta me hace lucir culto.
 -Dime algo que extrañes.
 -Dormir con una mujer, despertar y que siga ahí.
 -¿Tú?
 -La lluvia.
 -¿La lluvia?
 -Sí, la lluvia a secas.
 -¿Qué te gusta más?
 -Ser mujer.
Apuró de un trago el vino, el hombre llevaba la mitad de este mismo en la copa angosta.
 -¿Qué tanto te gusta?
 -Tanto como para cambiarme de sexo.
 -¡Ja!
 -¿A ti?
 - El azar
 -¿Qué tanto?
 -Tanto como para trastocar las copas y no recordar cuáles eran las de yumbina o las de veneno.
 La honestidad los hizo más próximos de lo que esperaban.
 -Me gusta la naturalidad de ser mujer.
 -Me gusta llevarme entre las patas a quien quiera irse, y si es una mujer mejor.
 -Siempre al despertarme pienso que es un buen día para morir. A parte se me hacia raro que vaciaras la botella, cualquier bohemio odia las botellas vacías. Cuando tiré la copa y no hiciste el más mínimo gesto reprobatorio por parte de los libros o la alfombra, supe que no querías embriagarme, al menos no con vino.
 -A mí no me gusta despertarme, ni dormir, sé que a fin de cuentas todo pende de una realidad unigénita embriagado o no, lo que es más triste.
 -Las dos caras de la moneda son tristes.
 -No, el estar sobrio es más triste.
 -¡Ja!, ¿entonces qué buscas viviendo?
 -Una cómplice para asesinar la realidad, una mujer que impregne el aroma en mi vida dispuesta a finalizar en cualquier momento o capricho.
 -¿Me condené afirmando que era una mujer?
 -Creo que sí, mi búsqueda evita las féminas, desagradables testigos. No puedo con la realidad solo, pero la realidad no puede bastarse de nosotros. Finalizando nuestra realidad, la matamos un tanto.
 -¿Pero no estás seguro?
 -No, segura sólo la muerte, ¡ja!, aunque sería realmente patético el hubieras tomado el incitador del pecado y yo el aliciente de la muerte, de igual manera volverme necrófilo me desagrada hondamente, pero, podría aguantarme el desencanto.
 -Después de ser mujer mi fascinación es el azar o un hombre.
 -La única manera de conquistar a una mujer es haciendo la reír... o llorar.
 -Has logrado una.
 -Para llorar no es necesario que salgan lágrimas, no sé cual sea la vía por la que he alcanzado la meta.
 -Digamos que me has matado de la risa y estremecido hasta los huesos.
 -El humor negro con la muerte no me gusta, es un tema sumamente serio.
 -¿Qué  esperamos si la muerte aguarda insegura, o, demasiado segura?
 -Esperamos nada...
Los botones y cierres socios de la espera fallecieron súbitamente, las ropas comenzaron a desprenderse a la par del alma, un vals moribundo, intenso, gentil, igual.
-El alba teñida de lluvia me había despertado con un cuerpo a lado, puedo afirmar que dejé de extrañar.
 Eran dos voces, pero esta vez se debía al divorcio y austeridad del cuarto. Sólo alguno de ellos había encontrado el azar, pero los dos se habían alejado de una vez definitiva de la nostalgia pesada como milenios que los mantenía sitiados noches atrás. 


G.B.A.

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