viernes, 27 de abril de 2012

“Nota sin suicida”


“Soñando en un sueño sin poner atención” Poe
“El que la vida sea eterna no resuelve ninguna pregunta” Wittgenstein
“El suicida elige dejar de elegir, en efecto es una elección
aunque a mi parecer,  la peor para ser la última”

Traigo este pedazo de papel que me recuerda el inaplazable limbo en el que me encuentro desde una vez que me encontré conmigo mismo, entre otras que no logro recordar.
“Existiendo y vagando, vagamente existiendo, un final que no acaba por convencerme, a menos que…nada claramente“
La idea de la nada es desesperante, igual de insoportable que la de lo mismo, la muerte me ha llegado en diversas ocasiones accidentales, otras tantas veces la he encontrado  por mi cuenta, con ese mismo final de continuar pendiente.
Estoy a las afueras del palacio de bellas artes, refugiado, esperando a que pase la lluvia, dejando que se moje la nota que ya tengo empapada en la memoria, a lado un señor de unos 60 años, empedernido fumador contempla la lluvia.
Fue el pequeño concierto silbado de una melodía local, el olor a esos cigarros y la forma en la que veía la lluvia -como si fuese de monte verde- lo que me hizo percatarme de la compañía de mi hermano. Sigue fumando aun cuando lo descubrí desde los 13 y le dije que no lo hiciera, yo era el mayor, tenía que dar un buen ejemplo, siendo sincero, en ese momento yo era otra persona, así que le pedí fuego.
No cruzamos ni las miradas, sólo encendió una cerilla, la acercó a mi cigarro, después la lluvia cesó lo suficiente para que sin despedirse del pedinche comenzara su camino, yo me quedé un rato  pensado en lo que podía saber de él con esa simple observación e intentando recordar más de nosotros.
La memoria es el espejo retrovisor que ahuyenta la sorpresa, sin embargo dada mi condición desconocida e inexplicable más que por patologías, debo aceptar que tengo miopía para eso de los recuerdos que están más cercanos de lo que aparentan.
Camino al metro en el tianguis de mil y un cosas innecesarias, me detuve al encuentro de un yo-yo de esos que encienden de manera deslumbrante a los ojos y manos de los niños que no esperando toda el día para la noche se gastan las pilas dejando un artefacto que es superado por el yo-yo más simple. Ese fue un regalo de día de reyes, me duró poco el gusto, ya que si no mal recuerdo se rompió el cordón del juguete que fue a dar a una alcantarilla, desesperado por el juguete y por los futuros regaños, corrí tras él, un camión también traía prisa.
La experiencia de ese dolor culminante salta, evade, busca escondrijo, huye, no me ha dejado siquiera imaginarla, es una pauta predecible como terrible y siempre dista de su interpretación.
No sé qué es lo que se siente morir, sólo conozco lo que es vivir varias veces, en repetidas cosas, situaciones distintas, sin mención honorifica, a cambio, un dolor latente, de sienes pulsantes, molestia desahuciada sin fecha de expiración.
Paseando por los andenes aparece la sensación vívida de la ocasión en la que me topé conmigo mismo, no es raro el día que pasa entre recuerdos que se van creando o que voy rescatando de las garras de mi dadiva divina o aflicción maldita pero hoy ya son varios dejando a un lado que todavía le resta espacio a la noche.
No pensaba en nada cuando salté a las vías, aun me sentaba mal esa confusión. Ahora no me sienta bien, pero he logrado acomodarme en las butacas que me han tocado.
Las luces, esos ases hicieron, formularon el último recuerdo, había dejado la nota pegada en esos comunicados para los viajantes del subterráneo, no necesitaba poner mis nombres que hubiesen podido ser tantos como para no caber en la hoja.
Yo iba leyendo el  periódico, esperando el metro que ya había tardado de por sí y ahora más con la mirada de ese hombre que me dejó pensando al saltar. En esos momentos uno sólo voltea a cualquier otro lugar desprovisto de ese color rojo, si uno es morboso, corre a saciarse hasta que lo alejan las autoridades y aun se queda con hambre de hombre destazado a las vías.
El conductor del tranvía no se lo tomó a pecho, no sintió a alguien empeñado en entorpecer su trabajo, parecía recordar de igual manera su primer suicida, pero sin molestia, sorpresa o tristeza mal aparentada.
Sacan una bolsa negra, no podría adivinarse que hay algo humano ahí, sólo retazos que figuran una bolsa de basura, es un puzle anatómico que se realiza por los empleados de la morgue si es que el cuerpo es requerido.
Tenía que salir a respirar, ese olor a hierro, que hace doler las mandíbulas y pasar saliva hasta el hartazgo me guió al bote de basura donde cayó lo poco que había comido en el día, leí la nota, la arranqué sin pensar que pudiese causar molestia, sólo a mí.
Pareciera un gran cambio comenzar a ser otro, pero es algo que livianamente se nota hasta que empiezan los bombardeos de improntas sin alarmas estridentes que puedan advertir antes que vienen los aullidos ruidos.
Subí a la bestia naranja número varias horas después de la masacre. Miraba por las ventanillas que dan a Tlalpan a varios memorándums que comenzaban a llegar.
Cuando estábamos por llegar a viaducto el tren se detuvo de nuevo. Ahí estaba Fabiola, la de los varios nombres, misma cuota, llegamos a tomar café en la esquina que resguarda con tanto ahínco de 6 a 12 de la noche, más de una vez me quedé sin conversación ya que existía una gran demanda por parte del público. Nunca llegamos a nada más allá de la charla agradable, el pago del café y la cuota del show que nunca sucedía.
Ese pasaje consecutivo a lo largo de los meses me deja pensando un rato mientras camino la corta distancia del metro a casa hasta que me despierta el llegar a la puerta y preguntarme cuántas casas he tenido y si han sido mejores que esta.
Aun no recuerdo si me gusta el whisky o me gustaba desde antes, ese trago caustico a mi parecer es un descubrimiento sin antecedentes.
En mi hogar no tengo muebles ni sillones, ya que de verdad me gusta sentarme y dormir en el suelo, como cadáver sin entierro.
Postrado en el piso está Sófocles, un violín que he comprado al escuchar a un concertista citadino. No soy malo interpretando a Kreisler, nunca tomé clases de música, bueno, no que yo sepa realmente, la tragedia que exhala el violín me parece innata.
Solía tener un televisor pero la vida es corta para andar gastando el tiempo en tales nimiedades. Aun esta el armazón pero ya no funciona, la destruí cuando vi en la pantalla a la mujer por la que una vez opté y resultó en mi suicidio. A diferencia de Fabiola, esa mujer no valía el precio que pagué.
Tengo familia pero la siento tan arraigada a mí como las familias que llegué a tener. Cuando vi a mi hijo perdido en un parque no pude explicarle nada, lo esperé con un helado en mano atento a la descripción de la mujer a la que no hubo problema alguno más que mi muerte. Llegó su padrastro, me agradeció, la adorable mujer sonrió como siempre lo ha hecho y lo hará en mi presente imperfecto, de añoranza perpetua.  
Ahora sólo me da risa hablar de mi caso con el cual podría exhortar a la gente a seguirme con fanatismo cordial y si no funciona sacar a colación al creador o que tengo mucha imaginación, perdonen por las molestias.
La vida me  parece digna de ser vivida, sólo me tomó no sé cuántas vidas averiguarlo. 

G.B.A.

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