“Dios, no me salves de la noche, sálvame de
sus creaturas. Un mal vino, demasiados cigarrillos, una mujer de ojos engañosos
o una mala plática y líbrame por supuesto de la quimera por excelencia de las
sombras, la nostalgia.”
Hágase la luz, y entonces se hizo la luz
y vieron que la luz era buena… para atraer clientes. Fue así como el albor neón
anunciando el bar me atrajo cual palomilla, como poeta o insecto condicionado a la luminosidad de la noche.
El art
noveau de las farolas adornaba mis terminantes pasos mesiánicamente en
aquel lugar. Las coincidencias no existen, existen los caprichos. Yo,
caprichoso por excelencia, más aun que la amistad y eso se notaba en mí andar
solitario, entré sintiéndome acompañado de rumores centenarios.
Dos escalones decrépitos y un tapete
igual de ancestral decían “Wellcome”
en la entrada, claro esto
hipotéticamente, en realidad lo que se alcanzaba a percibir de ellos era
un “well on”, u otras lánguidas
frases. No necesité de más señales para entrar.
El lugar no era sorprendente, era
impresionante. Una casa vieja del centro citadino, con todo y sus muescas
incisivas para los buenos historiadores. No de esa historia de quién conquisto
a quien, ni qué rey murió, y quien lo mandó a matar, sino, de esos chismes que
a fin de cuentas son los que se entrañan en la conciencia, aunque recordándolo
bien había olvidado la conciencia en casa, así que reitero lo del capricho.
Prendí un cigarro para colmar la
atosigante peste a perfume de las féminas enclaustradas, ipsofacto apareció una chica de carnes conmovedoras, con razón era
atrayente ese lugar.
-Disculpa no puedes fumar aquí.
-¡…ja!
-¿Una sola persona?
-No, espero a una mujer.
Di una buena fumada antes de aplacar mi
cigarrillo cual cucaracha, inspeccione mesas y barra meticulosamente. Pensé en
decirle que el aroma de un buen tabaco, olor religado a la amargura, es mejor
que cualquier otra fragancia que pudieran desprender esos cadáveres, pero era
una fémina más, otro cadáver, no podría comprenderlo, además, las disposiciones
gubernamentales en turno aplacaban mi no estadía de fumador en ese espacio
cerrado.
Me guió como ciego en esa taberna que
discrepaba de su anuncio brillante, si el lugar se encontrase vacio, me habría
topado con un hogar, pero a los Dioses les encanta la ironía, así que terminé
en un balcón con una silla profesionista, de esas que dan vueltas. Giré
el asiento hasta parar el flujo centrífugo que me permitiría ordenar una copa
de Sauvignon con la mesera estrepitante.
Comencé a juzgar el aroma de las uvas
putrefactas pero divinas, eran similares a su precio, vino barato; por lo que
gustosamente encendí otro cigarrillo. Perseguí con la mirada a la gente que se
arrastraba lejos de la hipostasis, como caracoles dejando huellas desagradables
de su existencia.
Sentí a mí lado un ambiente de funeral
sin tumbas, ni flores. Estaba en la mira de unos ojos maravillados, estáticos,
de difunta.
-¿Me regalas un cigarro?
Puse el encendedor encima de la mesa
para no verme obligado a alumbrar sus facciones.
-¿Sabías que fumar mata?
-Eso me daría miedo si no hubiera
vivido, no sé tú.
-¿A qué te dedicas?
- A vivir, a ver el silencio, a esperar.
-¿Qué esperas?
En ese momento se acercó con el alboroto
de un velorio.
-A una mujer.
-Entonces por qué no volteas.
-No puedo distraerme, espero a una
mujer.
Terminada la sentencia no le quedó más
remedio a la occisa que regresar indignada a su fosa común.
Volteé la mirada de nuevo a ese
purgatorio hasta que un cacho de muchedumbre contrajo mi atención. Desde la
perspectiva de todos era identificable por una chamarra roja, desde la mía por
su calvicie. El tal calvo se encontraba custodiando una esquina con un torpe
vals desesperado, al parecer lo habían dejado plantado y el fuerte viento lo
hacía balancearse, incitándolo a una orgullosa huida.
Encendí otro cigarrillo a la par que un
intruso apareció en la zona salvaguardada por el calvo, aparentemente le pidió
la hora. Nunca habría podido concebir una ofensa mayor, el supuesto intruso era
un verdugo… como todos, eso de la capucha se ha dejado de usar desde que
sabemos que es un oficio popular entre la raza humana. No dudo que el pobre
calvo se hubiera arrancado el pelo si no fuera por la escases del mismo.
Unos últimos pasos agónicos alrededor
del punto de desencuentro, alzando el cuello, un remedo de jirafa nostálgica.
Huyó no sé a dónde, se lo trago la noche, tal vez asistió a su funeral. Cada
pretensión insatisfecha nos mutila un poco, nos mata un tanto ¿pero qué tanto
es tantito?, no es algo cuantificable hasta que ya es demasiado y colgamos los
guantes, esto al menos en el caso no del boxeador, hablo del poeta, ya que uno
no se pone el saco de poeta, se pone los guantes, para no infectar o terminar
infectado de realidad.
Saque mi libreta para tomar nota, unas
cuantas gotas de llovizna acariciaron mi nueva cita “El tiempo justo para
esperar a una persona convencional es de una intromisión, una copa de vino y
dos cigarros”. Lo llevare a la praxis cuando me entre el mal gusto de
frecuentar a mis congéneres y sus costumbres.
Cerré mi libreta, encendí un cigarro.
No, no encendí nada, la muerte también alcanza a las cosas.
-Serias tan amable de darme la cuenta
-Claro, ¿No llegó la mujer a la que
esperabas?
-Todavía sigo esperándola atento, pero
ella no necesita de un lugar fijo para llegar.
La mesera sonrió, parecía viva, pero las
apariencias engañan como gatos pardos. Volveré tal vez en otra ocasión, cuando
la necrofilia vuelva a ser mi profesión y haya olvidado el mal sabor que deja
la carne que está hecha únicamente de polvo.
Salí del establecimiento acompañado de
un pequeño pergamino donde el nombre y número de la mesera danzaban en un
garabato. Me planté debajo de las farolas que tanto me agradaron, “Andrea”, no
me gusto el nombre, así que tire el papel y comencé la búsqueda de un expendio
de cigarros.
-Me da un paquete de cigarros sin filtro
por favor-
-¿De cuáles?
-De los únicos que tiene.
No cabe duda de que la televisión
acentúa la idiotez en la gente.
-Perdone joven es que está bueno el
partido.
-¿De ajedrez?
-No.
-¿De damas?-
-No.-
-¿De ping-pong?
-No.
-¿De criquet?-
-¡No!
-Tome quédese con el cambio.
No había cambio alguno, pero es
divertido primeramente molestar y acto seguido parecer magnánimo.
Encendí un cigarro, cada vez es más caro
morir, cuando comencé a fumar los cigarros valían la mitad de su precio actual
y era permitido fumar donde se te diera la epifanía.
Crucé la calle saltando leves charcos
provocados por la trivial lluvia que estaba por cesar, hice mi lento andar por
un lado de la acera donde las sombras acobijaban mejor.
Si estuviera acompañado de una bella
fumadora se verían dos luciérnagas citadinas, y sí dispusiéramos los cigarros
de forma paralela a la distancia de Do a Fa, sería una mirada brillante
perdiéndose abemoladamente en la oscuridad.
-¡Qué estupidez! ¿Por qué estoy pensando
en compañía?
En apariencia hablé en voz alta, de más
o simplemente la verdad le había dado su merecido a una pareja contigua a las
sombras. Caminé rápidamente para evitar recordar sus caras decadentes.
Detuve mi andar de alma en pena para
contemplar la descendencia de Abraham. Me gusta mirar al cielo, siempre nos
hace dudar un tanto de nuestra supuesta seguridad, desagarra los estratagemas
convencionales que confortan y permiten descansar
en paz, dormir sin soñar.
Mi cigarro tintineaba como estrella
moribunda o en pleno orgasmo, así que encendí otro célibe. La soledad se ha
vuelto mi contorno desde hace un tiempo y es preferible a comulgar de la
diáspora de la imbecilidad y el éxodo de la congruencia; además le he tomado
aprecio a esta la verdadera marca de Caín.
Es realmente una desgracia ser humano
actualmente, náufragos aferrados a los despojos de la vida, si se dejara de
buscar sublimantes, habría la posibilidad de encontrar lo sublime. Por ello es
aborrecible la compañía y sus socios engendrando pantomimas. De ahí el ímpetu
por compartir la soledad con quien lo amerite, esperar a una mujer para la
verdadera unión común, ensoñada eucaristía. Un ser con el que te acoplas en la
noche y despiertas unido a la mañana
Se sentía un frio que partía los labios
y el alma acentuandose paulatinamente. Descubrí que no estaba fumando pero mi
boca seguía emanando humo. Ya había dicho que las mentiras no me gustan por lo
que encendí otro cigarro meditando el extraño sentimiento de preguntarse por
qué uno se siente abandonado.
De pronto la luz de la calle se
desenvolvió proféticamente, como alfombra para la realeza y una esencia a
lavanda empezó a gobernar.
Apagué el cigarro, el aroma que exhalaba
la noche sólo podía corresponder a una mujer, a lo lejos el eco de una sinfonía
de tacones me hizo voltear como búho, lo que casi me rompe el cuello.
La compositora de lo que habían dejado
de ser pasos y ahora era música iba arrullando el camino con esa dulzura que
guardan las ninfas en los muslos, partía con armoniosas notas los minúsculos
mares que se alojaban en el asfalto después del pequeño diluvio.
El juego claro oscuro procuraba mi
confusión, las palabras resultaban exiguas para narrarla y no podemos pensar
sin palabras, empero, el sentir está exento de varias reglas. Si estuviera
vestida de negro no sabría qué tan largo era su cabello que podía terminar unas
piernas radiantes, si trajera un abrigo verde, dulce y pálido desconocería de
dónde proviene su mirada, si cargara una bolsa roja y resplandeciente dudaría
por un momento en besar sus boca o la bolsa, si trajera medias negras tendría
que acariciar la penumbra de toda la calle hasta escuchar un gemido. Si acaso
simplemente portara un vestido blanco estaría desnuda, eso claro sí omitimos
las pecas.
Vino de lleno hacia mí, el cantico que
unificaba los sentidos era cautivante, la fragancia a lavanda corriendo y
atravesándome mientras que esa piel que se veía tan bien adornada iba pintando
con su luz, aunque debo de reconocer que luciría mejor desnuda únicamente
arropada por mi tacto.
Casi podía saborear cada una de las
pecas, lunares del alma, tatuajes fraguados a punta de mimos apolíneos
alicientes del pecado, constelaciones carnales. La sinfonía o nocturno había
llegado al allegro. Tuve que atarme a un poste de luz ante cualquier posible
arrebato, no ya de saltar por la borda, sino, de abordarla tan entusiasmado.
Llovía levemente de nuevo esto hacia que
su piel brillara más, haciendo de la noche un mar donde el clamor de las olas
era su cabello contoneándose como un cuerpo de mujer con tacones, naufragué en
las sombras para darle el paso a la sirena del asfalto y su canción que no
advertía mi presencia mimetizada con la oscuridad. Resumía de suerte estoica su
existencia, jactándose solamente de de pasar, era la belleza sin presunción
ofertando un Midnight show.
El tiempo y mis pasos corrieron sin que
me percatara de ello. De pronto ella estaba frente a mí gesticulando algo que
no entendía, no había sonido alguno, salí del letargo cuando volví a encender
un cigarro y escuché mi suspiro.
-¿Me estás
siguiendo?
-No, te estoy esperando.
-¿Por qué a mí?
-Porque no eres distinta, eres
distintiva, yo sé porque te espero mientras no me lo preguntes.
-¿Cuántas mujeres han caído con esa
frase?
-Ninguna, escatimo voz con la carne de
cañón que ya me ha hastiado el paladar, de igual manera los moteles de musas
han ido perdiendo su encanto, ahora son astillas en la memoria, polvo pica pica
en el corazón, noches despostilladas, desesperación exacerbada, donitas de humo
en boca de donde nunca estabas y sin embargo creía besarte.
-¿Poeta, eh?
¿Qué eres tú?
-Mujer.
-No soy poeta, sólo soy un hombre, de
carne y hueso, de polvo y anhelos.
-¿Qué anhelas?
-Regresar al paraíso sin la cola entre
las patas. Tomado de la mirada de Eva.
-Mucho gusto Adán me llamo Irene, no
Eva.
- ¿Eva indecisa tal vez?
-No, Irene.
-Podrías llamarte Victoria, ser victoria
sobre el supuesto destino.
-No lo creo Adán, tomando en cuenta a
tus predecesores y mi falta de fe.
-Sin Eva, no soy Adán.
-¿Entonces cómo te digo?
-Entendimiento de cegueras y pesadillas.
-Perdón, ya se me hace tarde.
-Supongo que no regresaremos al paraíso.
-Hoy no, debo de rodear el mundo y andar
en él.
-¿Para qué?
-Para saber si debo buscarte.
-Perdón, creo que te confundí, también
se me hace tarde estoy esperando a una mujer.
-Adiós.
-Chao Victoria de otra noche.
Partió la era en dos, partió a donde una
carta llena de reproches nunca la alcanzaría. Acabó el intermedio de la
sinfonía, ella volvió a caminar rumbo al inicuo edén sin Adán, hubo tanta
ausencia en eso, parecía el principio de la desgracia humana. Esta espera por
los siglos de los siglos, tan parecida al infierno, me quema los labios como el
final del cigarro o cualquier otro final que sigo sin encontrar.
G.B.A
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