viernes, 27 de abril de 2012

“Trato”


Por la forma en que fumaba, la muerte estaba cerca. Lo esperé hasta que se acomodasen él y el silencio, entré como si habitásemos la misma idea.
-Sabe por qué estoy aquí.
-Lo supongo, ya era demasiada suerte.
La lluvia y su peste a esa hierba quemada, amarga y seca con humedad incomodaban a cualquier ser vivo a la redonda. Yo también fumo, casi de esa manera.
-¿Puedo fumar?
-Claro.
La lluvia era de caminata tranquila, me asomé por la ventana, no hacía frio, cerré las gruesas cortinas. Él no dejaba de temblar hasta que se quitó el sombrero, tomó un cigarro y cambió esa imagen de perro callejero mojado con hipotermia por la del hombre encargado.
-Quedan tres cigarros.
-Eso no será problema, le van a durar toda la vida.
Puse el revólver en la mesa y le acerqué una llama. Mi mano se agitó un poco al ver lo apresurado que se aproximó por el fuego teniéndome en la mira, sopló en mis manos, con un rostro blanquecino, levemente rojos los labios,  sin despegar la mirada se echó hacia atrás aventando curvas grises que lo adornaban con la fresa en el centro de la penumbra.
-¿Tú no fumas? Un buen cigarro calma los nervios, son indispensables en la noche y en los labios de mujer.
-Ya no traigo.
-Toma uno, ni siquiera son míos, 100 milímetros más cerca de la otra vida.
Levantó una ceja mientras jugaba con el cigarro entre los dedos. Dio una buena fumada y la sacó con destreza y rapidez por la nariz dejándose ver sólo ojos entre los gris, amarillo y opaco de la luz del cuarto.   
-Prefiero mi 9 milímetros que está más cerca.
Consiguió ganarme la primera carcajada en la mirada fija, era uno de esos tipos que siempre tienen la palabra necesaria entre la boca, y lo engalanan como cigarro fino al filo del silencio o gesto premeditado.
-Un cigarro no se le niega a nadie, ni un soborno.
Me retaba, el moribundo me retaba. Le señalé con el arma la cajetilla, un vuelo de sus manos a mi cercanía, saqué un cigarro y comenzó a escucharse la piedra del encendedor una, otra y otra vez, sin resultado. Realmente quería fumarme ese desgraciado cigarro.
-Esa es mala suerte.
Me hizo reír, hasta que un trueno silenció a la ciudad, unos segundos de luz blanca en todo el cuarto. Viví la infancia por un momento con esa misma luz que te hace tirar lo que traes en las manos y buscar refugio más cercano con todos los sentidos al pendiente.
Las pisadas cercanas sobre hojas secas, el puntillo rojo bailando en el mismo lugar. Seguía fumando, mis esfuerzos fallidos no lograron ver su rostro al acabarse los milímetros ¿seguía fumando?
De tanto forzar la vista, ahora desconocía el paradero de la fresa, podía verla, realmente la veía pero sólo con una fe de moribundo.
-Eso sí que es mala educación… olvidaste sacar un cenicero.
No era su voz a mi izquierda, pero sí el “Click” del revólver a la derecha de mi cien, la luz regresó delante de mi cigarro.
Agua celeste y negra cayó en mi mejilla, rímel, acompañado de unos dedos delicados bien alumbrados, uñas granas brillosas, cinco cigarros prendidos al mismo tiempo, hasta que se encendió el mío y desaparecieron.
-¿Sabes por qué estás aquí?
Era la voz del hombre, la mujer se encontraba en las sombras esperando respuesta.
-Por una mala elección.
-¿Qué tan mala?
Quise inhalar humo para meditar la pregunta, pero una brizna y la fresa corriendo entre otras en la oscuridad me distrajeron.
-Condenable.
Regresaba ágilmente la luz roja, flotando sobre la mesa, intenté agarrar su mano pero atrapé un cenicero con carmín en el filtro.
-¿Qué le ordenaron?
-Siga al hombre del sombrero y la peste a tabaco,  gánele al cáncer… recuperará lo suyo.
-Yo soy el del sombrero, pero las fragancias tan robustas no me gustan, fumo lo normal, ella no.
-Eso no lo quita su condición de fumador.
Tiré la ceniza esperando saber más de ella en la oscuridad, poco importa la vida con un cigarro en la boca y una mujer en mente.
-Mire amigo, puedo decirle amigo ¿no?
-No lo creo, aunque gracias por el detalle.
Apagué el cigarro con la última fumada, el hilillo tibio de humo protagonizaba la charla.
-Usted está en problemas. No es bueno para estos menesteres, sino, ya estaría saldada su deuda. Le agradezco su ineptitud y que esto se tornase tan novelesco, pero yo no puedo hacer nada ya que se fumó uno de sus cigarros, a mí a duras penas me perdona, la verdad, no sé qué es lo que le sucederá a usted. Yo mientras voy a busca reponer mi falta.
-Te compré una caja antes de llegar, pero no había dorados.
Sonó amablemente la voz de la mujer de toda la oscuridad, mientras que el hombre acudía a la habitación contigua.
-Entonces no los quiero.
-Ya lo ve amigo, es tan linda como el infierno.
El hombre abrió la puerta, la luz del cuarto me permitió ver la silueta de su figura, curvas de humo que se apagaron al regresar la puerta a su antigua posición.
-¿Podrías darme mi cajetilla?
-Es que no la veo.
-Demasiada suerte de la buena y la mala eso de que se fuera la luz ¿no?
-Eso depende.
Comenzó a sonar la piedra hasta encender.
-Hey, eso no es algo muy listo nene, ya me debes 3.
Encendió la luz, sus ojos eterna neblina, grises, fijos, humo estático. Con la imagen tan fuerte que brindaba en esa tela negra justa al blanco de su carne se olvidaba el olor penetrante del cigarro.
Saqué una cajetilla llena de esos cigarros del bolsillo y comencé a bajarlos con golpes graves de alarma, el hombre regresaba del cuarto.
-Amigo, usted es un mentiroso suertudo, pero no lo voy a esperar todos esos cigarros. Pudo irse con unos billetes pero ahora se quedara con una en la cabeza… quiere escuchar algo curioso, en realidad ella no mata, sino que mueres o matas por ella.
Sacó un arma de su abrigo, tomé el revólver que seguía en la mesa.
-Lo sé.
Bang.
-Siempre te los buscas iguales.
-Me gustó la forma en que fumaba.
-Sólo fue un maldito cigarro ¿Ya me perdonas?
-Sí…

G.B.A.

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